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miércoles, 12 de octubre de 2022

El cambio lingüístico: analogía, imitación, sustitución


 

El cambio lingüístico, ese misterio que recorre la mente de todos los lingüistas, más concretamente de los especialistas en historia de la lengua o en sociolingüística. 

Sabemos que las lenguas cambian, irremediablemente. Igualmente sabemos que la mayoría de los cambios son rechazados por la sociedad en que surgen, sobrevivan o no más tarde. 

Sin embargo, no sabemos el origen del cambio. Al menos, no en general. Podemos esgrimir algunas ventajas articulatorias, algunos desplazamientos semánticos... pero es igualmente real que las lenguas no necesitan cambiar. Cualquier lengua en cualquier estado es perfectamente capaz de expresar cualquier realidad humana. 

Hay quien dice que la lengua cambia por la sencilla razón de la moda. Hay quien sugiere que el cambio es espontáneo y aleatorio. No lo sabemos (aunque, como he dicho antes, en determinados casos podemos suponer la razón).

Vemos el cambio lingüístico como una evolución, un proceso por el que se produce una adaptación ya sea del significado de una palabra, de una estructura sintáctica que se va modificando poco a poco o de un sonido que, influenciado por lo que lo rodea, muta. 

Esto puede, de hecho, pasar, y ha pasado y pasará, sin duda. Y aunque podemos decir que, grosso modo, los cambios lingüísticos parten de una evolución o mutación, tanto en su expansión social como interna, es decir, dentro de la propia lengua, juega un papel fundamental otro proceso: la analogía (que funciona por imitación, y no por mutación).

Vamos a partir de un ejemplo sencillo:

LEVARE, palabra latina que en español da llevar.

Su evolución fue algo parecido a esto:

LEVARE

LEVO > lievo > llevo

LEVAS > lievas > llevas

LEVAT > lieva > lleva

LEVAMUS > levamos > llevamos

LEVATIS > levades > lleváis

LEVANT > lievan > llevan

No penséis que esto es una evolución fiel a la realidad, está hecha de forma que se comprenda. 

La <e> de la raíz verbal, en todas las personas excepto la primera y segunda del plural, era tónica y breve. La [e] tónica breve en latín dio en español primero una e abierta que, más tarde, diptongó en ie. Bien, vemos en el ejemplo que así sucede.

Esa i del diptongo ie influenció a la consonante precedente [l] palatalizándola (es decir, haciendo que se pronunciara cada vez más en el paladar). Esa influencia fue haciendo que la i se perdiera y fuera surgiendo un nuevo sonido que ha acabado siendo el actual (primero representó el sonido que <ll> tiene en zonas no yeístas, es decir, como <lh> en portugués). 

La <e> de las primera y segunda persona del plural no era tónica, por lo tanto se quedó como una e normal en castellano. Vemos, por lo tanto, que el sonido [l] no se vio influencia por ninguna i posterior, y que por lo tanto no mutó, no hubo influencia fonética ni había nada que le hiciera cambiar, pero cambió. 

¿Por qué cambió? Es lo que llamamos analogía, es decir, una forma que el hablante modifica para hacerla similar a otras con las que guarda alguna relación y uniformar el paradigma. 

Así, cuando alguien pronunciaba llevo - levar - levades - llevan (levar, el infinitivo, tampoco sufrió mutación) podía notar que había algo raro y empezó a decir llevar - llevades para igualar el sonido inicial de todas la formas.

El caso es que esto, la analogía, no es una mutación fonética original, es una sustitución, una imitación, y no debe encuadrarse en el mismo tipo de cambio fonético que lo que aquí se denomina mutación, que es el caso del resto de personas de este verbo, por ejemplo. 

En un cambio por mutación, se pasa por varios estados intermedios (lievo) entre la fase original (LEVO) y la fase objetivo (llevo), en el cambio por sustitución se llega directamente de la original a la objetivo sin tramos intermedios porque no es una mutación, sino una sustitución, una imitación.

Así, un cambio fonético por mutación suele darse en una zona muy chica donde surge de forma espontánea o por la razón que sea. Otros hablantes escuchan a los que han sufrido el cambio y deciden o imitarles o tratar aquello como una simple moda e ignorarlo. En esta situación no es un cambio por mutación lo que hará expandirse el fenómeno, sino el cambio por imitación del grueso de la población. 

Es decir, el cambio LEVO > lievo > llevo se dio en una población concreta de una zona delimitada, la expansión del cambio se dio por sustitución LEVO > llevo.

La expansión de un rasgo es complicada, a pesar de que antes o después alguno acabe triunfando, porque tiene que luchar contra lo que Saussure llamó el efecto campanario, es decir, la actitud conservadora que todos los hablantes suelen tener. 

El efecto campanario es muy fácil de ver hoy día, tómese como ejemplo las polémicas con el nuevo género no determinado -e o el rechazo a la ingente cantidad de anglicismos que entran en nuestros días.

En fin, para resumir:

Hemos visto dos tipos de cambio lingüístico: el que hemos llamado por mutación espontánea y el que llamamos sustitución (analogía). 

La mutación espontánea es aquello que está motivado por razones internas de la lengua, por el ajuste de determinado parámetro a otro nuevo que facilita, simplifica, es más práctico o más productivo, diferencia circunstancias o conceptos...

La sustitución es aquello que se hace por imitación. Así, no se cumplen todos los estados de la evolución que sí se da en el cambio por mutación, sino que desde una fase original se llega directamente a la fase objetivo sin pasar por las intermedias.

Y ya está, eso es todo. 

Que seáis felices y adorad al dios de la lingüística.


Bibliografía

- Ferdinand de Saussure Curso de lingüística general 24 edición, Editorial Losada, Buenos Aires, 1945


Imágenes

- Cabecera: un romano con su toga hablando con un busto. Es un poco raro, pero ya sabéis: están locos estos romanos. (Flickr)

- Un libro viejuno en cirílico. Está guapo ¿eh? (Pixnio)

- El fundador de la lingüística científica como la entendemos hoy día, padre del estructuralismo y puto amo en general, don Ferdinand de Saussure. (Wikipedia)

domingo, 18 de septiembre de 2022

Lengua y pensamiento


 

 

"Cada lengua es una forma de ver el mundo".

Es una frase que tenemos dentro de la cabeza, que aceptamos y que, de hecho, parece tremendamente lógica. Hay lenguas en que no existe el futuro, en español sí, entonces, tendremos que pensar el futuro de forma diferente, ¿no?

Me he encontrado con personas bilingües que incluso dicen que cuando hablan un idioma u otro cambia su personalidad. Tal vez si habla francés sea Goku y si habla estonio sea Freezer. Quién sabe. 

Aceptar que cada lengua es una forma de ver el mundo es abrazar un concepto que nos hace multiculturales, tolerantes, respetuosos y apologetas de la diversidad cultural y su belleza. Y todo esto está muy bien, que conste.

Sin embargo, más allá de desdoblamientos de personalidades un tanto difíciles de aceptar y de buenas intenciones, ¿qué hay de realidad en ello? ¿Es este mantra, casi dogma en ocasiones, cierto?

Pues, es en extremo complicado. De hecho, es complicadísimo, pero voy a intentar abordarlo (como siempre, muy superficialmente). 

Lo que vemos

Huelga decir que lo que los seres humanos vemos no depende ni de nuestra lengua ni de nuestra cultura, sino de unas facultades biológicas que todos tenemos igual (salvo personas con algún déficit, problema, enfermedad o no sé cómo denominarlo para que no suene chungo). 

O bueno, casi igual, porque los que tienen los ojos claros parecen tener más problemas con la luz o algo así. Independientemente de las diferencias que haya entre individuos en relación a la visión, su explicación es biológica, no lingüística, obviamente.

Lo que vemos, en primera y última instancia, depende de nuestros ojos y de nuestro cerebro (no me exijáis más porque esto queda muy lejos de mi campo). 

Da igual cómo lo llamemos: visión, percepción, recepción de estímulos visuales... las imágenes que crea nuestro cerebro de lo que nos rodea, definitivamente, no dependen de la lengua ni de la cultura. Es biología.

Vemos que la frase inicial, tomada al pie de la letra, no se sustenta. Pero claro, en realidad, creo que nadie quiere decir lo que acabo de criticar. En realidad cuando decimos esta sentencia nos referimos, más bien, a la forma de entender el mundo, de pensarlo, de razonarlo. Es decir, la lengua es pensamiento. Aquí ya empezamos a enfangarnos.

Pensamiento, cultura y lengua

Hay que tener muy claro que estos tres conceptos están íntimamente ligados: la cultura, la lengua y el pensamiento forman una combinación en la que es muy complicado poner límites. Incluso a través de la experimentación es difícil saber qué sesgo está más relacionado con la cultura o la lengua del sujeto experimental.

De hecho, la primera dificultad está precisamente en definir los tres conceptos. ¿Qué son? Incluso una vez definidos, ¿el pensamiento es un solo pensamiento, en bloque? ¿Pasa lo mismo con la cultura, con la lengua? O por el contrario, ¿podrían dividirse, creando subsecciones de pensamiento, lengua y cultura? Parece que es más posible que estos conceptos no sean indivisibles, y que partes de ellos sean más propensos a verse influenciados por otros.

Y más preguntas aún: el efecto que produce uno sobre otro, ¿es determinante o es una influencia? Si es determinante, entonces A dependería totalmente de B, si es una influencia, supondríamos una determinada libertad a la parte influenciada. Pero esa influencia, ¿es mucha o poca? Si es poca, ¿lo suficiente para que sea relevante o no?

Como veis, el tema es complejísimo, y dentro de todas las preguntas que he puesto aquí se podrían hacer muchas más, y dentro de cada respuesta a estas preguntas se plantean varias hipótesis diferentes. En fin, el tema parece estar lejos de solucionarse, sigue causando mucha polémica entre los estudiosos (no solo lingüistas, también psicólogos, antropólgos...) y es uno de los asuntos de los que se crea más literatura científica en la lingüística teórica. Además, está muy de moda actualmente, aunque no siempre fue así.

La historia de la polémica

Que el mundo cambie según la lengua que hablamos es algo que ha acompañado a los pensadores de casi cualquier época, pero para llegar a nuestra actual concepción y a la teoría de la que hablaré luego tendríamos que empezar, tal vez, en el siglo XVIII (es donde me parece a mí que hay que comenzar).

En esa época, en la Francia ilustrada, se comienza a hablar del pueblo, de la nación. Lejos de lo que hoy nos viene a la mente cuando pensamos en la nación, al menos a determinados sectores de la sociedad, el término fue para estos ilustrados galos algo civil, legal, burocrático: el individuo que forma parte del y responde ante el derecho de un estado. No tenían aquí cabida, en principio, los parámetros culturales, lingüísticos, etnográficos o antropológicos que le asociamos hoy día. 


En el siglo XIX, con el romanticismo, surgió también el nacionalismo, un movimiento nacido en las capas burguesas de la sociedad que buscaba la independencia, unión o simplemente la exacerbación de lo que ellos consideraban un grupo humano que compartía una historia, tradiciones o lengua común. 

La nación pasó de ser un concepto legal a ser un ente visceral, vivo, que tenía alma y que era milenario, casi una especie de idea divina que había estado en el corazón de su pueblo durante una existencia que no tiene principio ni fin. Encontramos esta imagen en casi todas partes: ¿alguna vez habéis pensado por qué se llama reunificación italiana, si Italia nunca había estado unida políticamente? ¿O por qué se habla de la reconquista como una hazaña de la nación española, cuando España en esa época no era más que un concepto geográfico? ¿O por qué se habla de confederación catalano-aragonesa, cuando los reyes firmaban como rey de Aragón y nada más? Todo eso es nacionalismo decimonónico paseándose en nuestros tiempos.

Esta visión casi religiosa o espiritual de la nación tuvo muchísimo éxito en Alemania, claro, país que se benefició muchísimo de este movimiento, puesto que nació y ascendió política, cultural y económicamente gracias a él.

Alemania fue uno de los países que más población dio a las 13 colonias americanas, dependientes del Reino Unido, durante su fundación y las décadas posteriores a su independencia ya como Estados Unidos.

Así, muchos alemanes intelectuales que emigraron llevaron consigo sus ideas románticas y nacionalistas. Esta idea comenzó a salirse de la política y la literatura y se expandió por toda la cultura humana, incluida la ciencia.

Hago aquí un paréntesis porque esto puede resultar sorprendente. Normalmente confundimos ciencia con los fenómenos que estudia la ciencia. Que el fuego queme no es ciencia, es un fenómeno natural, la ciencia es el método de investigación que se aplica para analizar, comprender y explicar ese fenómeno. Y la ciencia cambia, cambia tanto que cosas que antes se explicaban científicamente ahora nos resultan ridículas (como todas las teorías raciales del siglo XIX, perfectamente comprensibles, que no justificables, dada la época en que surgieron).

La ciencia no es ni exacta ni perpetua, es un producto de la cultura humana que cambia con el tiempo.

Pues, así tenemos, a finales del siglo XIX y principios del XX, sobre todo en EE. UU., una metodología influenciada por las teorías nacionalistas imperantes.

Claro, obviamente no todas las ciencias son igual de permeables a las modas culturales, será más difícil, pero no imposible, que un físico se deje llevar por una moda estudiando un rayo de luz, será más fácil que así sea en las ciencias humanas y sociales.

Y entre estas hubo una donde el ideario nacionalista estuvo muy presente: la antropología. Curiosamente, la lingüística en EE. UU. en aquellos tiempos se consideraba una rama de la antropología, y no eran lingüistas de formación los que se dedicaban a ella, sino antropólogos que intentaban, según sus métodos antropológicos, sacar conclusiones lingüísticas.

La lengua es uno de los pilares del nacionalismo: es lo más superficial, la primera diferencia palpable entre grupos humanos más allá del color de su piel o la forma de sus ojos o narices. Así, para los nacionalistas, la lengua es uno de los reflejos más evidentes del espíritu y alma milenaria e inmutable de su supuesta nación y, a su vez, una de las principales cosas que las diferencia de las otras (porque siempre debe crearse una otredad, lo ajeno, lo diferente, lo que no es el yo, es una base de esta ideología crear barreras).

Así, en la Alemania de finales del siglo XX había dos escuelas lingüísticas bien diferenciadas: una asociada a los neogramáticos y su estudio comparativo e histórico de las lenguas, y otro más sociofilosófico que tenía una visión más política de la lengua como identificadora de la nación. Esta visión de la lingüística sigue existiendo no solo en EE. UU., sino también en zonas concretas de Europa.

Por qué, mientras en Europa existía una vertiente científica cuyo origen está en los neogramáticos, en EE. UU. triunfó la versión romántica, es algo que podría explicarse por la reciente independencia del país, que buscaba un alejamiento total de su antigua metrópolis. La versión estadounidense del inglés era la que expresaba el espíritu de la joven nación, y no el inglés británico. A esto tenemos que sumarle la convivencia con todas las lenguas nativas americanas, que eran tan diferentes de las europeas y que sirvieron para reivindicar la igualdad, la inferioridad o superioridad de unos sistemas lingüísticos sobre otros.

Así, en el joven estado, para bien y para mal, la lengua y el lenguaje siempre fueron de la mano con el estudio de la cultura y la sociedad.

El siglo XIX fue pasando y a principios del XX apareció una persona que fue fundamental en el estudio de la relación entre el pensamiento y el lenguaje: Edward Sapir. 


Sapir fue un antropólogo estadunidense, alumno del también antropólogo Franz Boas (que también juega un papel importante en la historia de la lingüística) y profesor de Benjamin Whorf. Fue el primero en trabajar seriamente sobre la hipótesis de que la lengua que hablamos afecta a nuestra forma de pensar, y si bien no mostró nunca una actitud radical o extremista en el asunto, su alumno, Benjamin Whorf, sí afirmó que nuestro pensamiento viene determinado por la lengua que hablamos.

La teoría de que el pensamiento está moldeado por la lengua, ya sea influenciado o determinado, se conoce como teoría de Sapir-Whorf, y tuvo mucho éxito durante la mitad y en el último cuarto del siglo XX, aunque se abandonó a finales del siglo pasado. No obstante, en los últimos años ha retomado su antigua vitalidad.

Es posible que se abandonara porque en aquel momento se defendían las tesis más radicales, poco creíbles, de índole más determinista, mientas que ahora los llamados neowhorfianos abordan la problemática desde versiones más suaves que no hablan de determinación, sino de influencia.

Por tanto, podemos decir que el determinismo lingüístico, es decir, que tu forma de pensar depende de tu lengua, es una corriente de investigación abandonada después de varios experimentos empíricos en que se demostró que es poco o nada sostenible.

Entonces, ¿nuestra lengua afecta o no a nuestra forma de pensar? Deja de enrollarte

Podemos diferenciar cinco actitudes principales ante el problema:

1) nuestra lengua determina el pensamiento (determinismo),

2) nuestra lengua influye mucho en nuestro pensamiento,

3) nuestra lengua influye en nuestro pensamiento,

4) nuestra lengua influye poco en nuestro pensamiento y

5) nuestra lengua no influye en nuestro pensamiento (pensamiento autónomo).

La primera opción está actualmente abandonada. Sobre las demás, no solo hay muchísimas opciones entre cada punto que se acercan más al superior o inferior, sino que, además, prácticamente cada autor que escribe sobre el tema tiene una visión personal. El asunto es, por lo tanto, inabarcable.

Las propuestas actuales más serias varían entre los puntos 2 y 4, y parece que se tiende a no considerar ninguno de los tres conceptos (pensamiento, cultura y lengua) como estancos. Así, normalmente un estudioso del tema diría que parece que hay una relación entre determinados aspectos de la cultura, ciertas partes del pensamiento y algunas características de la lengua en particular. 

No obstante, también parece cierto que ningún concepto de la mente humana es incomprensible por otra mente humana. Por ejemplo, es famoso el caso de la percepción del futuro. Un hispanohablante piensa el futuro como algo que está delante, un chino como algo que está abajo, y un vietnamita como algo que está atrás (y esta es mi favorita, la explicación sería que lo que está a tu espalda es desconocido, oscuro, misterioso, indescifrable, como el futuro, mientras que lo conocido lo tienes enfrente, lo puedes ver, como el presente o los recuerdos del pasado). Sin embargo, tal como acabo de hacer, si explicamos el porqué y las razones y los conceptos pertinentes del futuro en vietnamita a cualquier persona del mundo que hable cualquier lengua, rápidamente podrá aprenderlos, comprenderlos y asimilarlos. Es decir, nuestra lengua no condiciona nuestra capacidad de aprendizaje de las diferentes formas de pensar la realidad o un constructo conceptual ajeno.

Asimismo, es difícil decir que el hablante de vietnamita vea el futuro detrás de sí por una razón meramente lingüística. ¿Cómo podemos asegurar que no es algo cultural? Tal vez haya un poco de todo.

Hay, además, mucha gente que defiende esta teoría porque piensan que es la mejor justificación para defender la protección de las lenguas y detener la velocísima muerte de idiomas que sufrimos en la actualidad. Tanto si creemos o no en la teoría de Sapir-Whorf, deberíamos defender las lenguas no (o al menos no solo) por la relación que crean entre el individuo y la sociedad con su mundo, sino, simplemente, en tanto lenguas, y valorarlas como lo que son: estructuras únicas e irrepetibles. Este es un tema para otro post.

Conclusión

Seguro que estabais esperando un sí o un no rotundos que os dejaran tranquilos de alma y espíritu, pero la verdad es que no lo hay. Este apasionante tema es el océano Pacífico y nuestros conocimientos no son más que los archipiélagos de pequeñas islas que se pueden encontrar muy de vez en cuando navegando por él. 

Es uno de mis temas favoritos de la lingüística, no solo por la trascendencia que tendría para el ser humano saber cómo funciona la relación entre tres aspectos tan fundamentales tanto social como individualmente, sino también por lo misterioso que resulta. 

En fin, espero, al menos, que hayáis disfrutado un poco de la larga lectura y hayáis aprendido algo.


Bibliografía


Antonio Blanco Salgueiro La relatividad lingüística (variaciones filosóficas) ediciones Akal S.A. 2017, Tres Cantos (Madrid)

María Xosé Fernández Casas Edward Sapir en la lingüística actual, líneas de continuidad en la historia de la lingüística histórica Servizo de publicacións e intercambio científico Campus universitario sur, Santiago de Compostela, 2004

Oswald Ducrot Princípios de semântica lingüística Hermann, París, 1972

 

Imágenes

Cabecera: una cabeza con un espectograma que lo atraviesa. Mola ¿no? (Wikimedia Commons)

Primera imagen: un ojo humano, la he puesto porque es un poco malrollera y eso me gusta. (Pxhere)

Segunda imagen: una pintura de Goya de ambientación muy de finales del siglo XVIII (aunque a lo mejor es de principios del XIX, yo qué sé). (Filatelissimo)

Tercera imagen: el bueno de Edward. (lex.dk)

lunes, 23 de mayo de 2022

La norma, el estándar, la lengua, el dialecto... un popurrí de cosas

 



La norma, el estándar, eso está bien dicho, eso está mal, ¿el emoticono va antes o después del punto? En Andalucía se habla fatal, en Valladolid se habla muy bien... Qué jaleo, chiquillo. 

Lengua y dialecto

Todas las lenguas son complejos dialectales, por eso, decir que hablas cualquier lengua es decir que hablas un dialecto, y decir que hablas un dialecto es decir que hablas una lengua. El dialecto es local, la lengua es internacional. Pero no hay que confundir la lengua con la forma estándar, que es una de sus variantes, dicho rápido y mal. Además de lengua o dialecto, otros términos que a menudo se encuentran cuando buscamos información sobre las variedades lingüísticas también son lengua literaria, norma culta, sociolecto, idiolecto... Es un tema amplísimo y sobre el que se escribe y debate mucho. Lejos está el consenso académico.

El grueso de hablantes, sin embargo, equipara la lengua exclusivamente con su variante estándar, y se suele juzgar todo lo que escapa a la norma, de forma subjetiva y relativa, dependiendo del conocimiento de la regla que tiene cada hablante. Así, por ejemplo, se condenará el uso de me se ha caído el vaso, porque todos los hablantes saben que en la forma estándar el orden de los pronombres es se me, sin embargo, al menos en España, muy pocos considerarán (si es que alguien llega a darse cuenta) que pronunciar la secuencia los reyes como lorreyes, o los rayos como lorrayos no forma parte del estándar (es muy común la pérdida de s antes de vibrante, al menos en la península ibérica, incluso en zonas donde no se pierde la s implosiva).

El estándar, ese concepto tan complejo, y la norma, que no es lo mismo

El estándar

El estándar es una forma creada de lengua o dialecto que, en el caso del español, elimina las variedades regionales (todo lo que puede) y da importancia a los puntos en común. Su hábitat natural es la escritura y apenas se encuentra en la oralidad. 

Es común que en la conformación de esta variante casi no se le preste atención a los rasgos suprasegmentales (entonación, acento prosódico...) o sintácticos (las variaciones sintácticas, que las hay, suelen ser mínimas dentro de la misma lengua). Intentará centrarse, sobre todo, en la ortografía y el léxico, aunque también prestará especial atención a la parte fonética. 

La norma

Es muy común escuchar hablar de la norma como sinónimo de estándar, sin embargo, estas no son lo mismo, al menos para una parte de los estudiosos, entre ellos Borrego. 

La norma sería aquello que una comunidad acepta como bueno, independientemente de si es estándar o no. Así, por ejemplo, la pérdida de la d intervocálica en los participios de los verbos de la primera conjugación es totalmente normativa en el español peninsular (comprao en vez de comprado), pero no es una forma estándar. Dicho de otra forma: la RAE no lo acepta, pero ningún español encontrará nada raro y está totalmente normalizado, tanto en su uso como en su consideración, por la comunidad de hablantes (del español europeo y en muchas zonas de Latinoamérica). Ocurre lo mismo con este mismo fenómeno y muchos otros a lo largo y ancho de todo el territorio hispanohablante.

Consideraciones sobre el estándar

Hay un dato muy importante que debemos considerar del estándar: es una herramienta con un desarrollo histórico que tradicionalmente se ha considerado como una importante base para el ascenso social. Es, también, una herramienta del aparato estatal: la escuela, los medios de comunicación, las leyes, las sentencias en los juicios... utilizan el estándar (a veces con particularidades según qué sector). 

Se ha dicho alguna vez que el estándar es, de hecho, un elemento de dominación, lo que podría no ser ninguna locura desde determinado punto de vista. Lo que está claro es que es una construcción de las élites y que las clases medias y bajas lo han visto como instrumento de mejora de sus vidas. Es decir, detrás del estándar existe una intencionalidad y un objetivo de las clases dirigentes de los territorios donde se habla. 

Por ejemplo, el rey Alfonso X el Sabio, el que podríamos denominar el primer gran estandarizador del castellano, se preocupó mucho por crear el castellano drecho (castellano derecho, correcto), que no era más que seleccionar aquello que a él y a los que le ayudaban le parecía correcto con criterios de cualquier tipo menos lingüísticos (de hecho, en mi opinión, no se pueden eliminar fenómenos lingüísticos con criterio de lingüista. El motivo puede ser social, político, ideológico, sociológico... pero lingüístico, no. No hay ninguna forma mejor que otra desde un punto de vista lingüístico, todas son igual de válidas). 

Tipos de estándar

El lingüista Corbenil divide los estándares en cuatro grupos principales:

- Convergentes: todos los factores que influyen en la regularización apoyan las mismas características para el estándar. Sería algo así como un estándar creado por consenso de hablantes de diferentes variedades.

- Dominadores: la variedad de las clases dirigentes se impone sobre las demás. Podría ser el caso del inglés de los EE. UU., en que se sigue la norma de que la lengua buena es la de los blancos, anglosajones y protestantes.

- Coherentes:  un conjunto de elementos constituye la especificidad de la lengua y autorregulan el funcionamiento el sistema en cada una de sus variantes. En Francia existe una academia y varias instituciones más que participan de la regularización de la lengua, así como una actitud por parte de los hablantes que da prioridad a la necesidad de intercomprensión de todos los hablantes que al respeto por las variedades regionales. Tal vez se podría incluir aquí el estándar del español, también, aunque con matices.

- Persistentes: se mantiene el uso de un determinado momento histórico pese a las variaciones temporales. El ejemplo más famoso de este caso sería el del italiano, que se creó como lengua escrita basada en el florentino de una época determinada y apenas ha variado hasta que se ha empezado a usar oralmente. 

Opinión totalmente subjetiva. Si querías objetividad, o al menos un intento de conseguirla, puedes dejar de leer y dedicar tu tiempo a algo que te interese más

El estándar no es, per se, ni bueno ni malo. Es una variedad más, la única que no es natural (uso esta palabra, pese a lo polémico que puede ser su significado en cuestión de lenguas, para simplificar y que se entienda rápido. No es el momento de tratar aquí el tema de la naturalidad de las lenguas y los cambios y todo este tinglado) ni espontánea, la única que ha sido planificada en un grado alto. 

El estándar es, desde luego, práctico, ya que crea comunidades de hablantes que se identifican con un mismo ideal de lengua y facilita la intercomprensión, a veces, entre millones de personas de países y culturas muy distintas. Es, también, una forma magnífica de asegurar la vida de una lengua cuando esta está sufriendo una gran pérdida de hablantes, e incluso para equipararla a otras lenguas y darle prestigio, necesario para que se mantenga su uso.

El estándar tiene un problema, el mayor problema, creo yo, y es que la gente no lo entiende. El estándar no es hablar bien, es solo una herramienta que tiene unos usos concretos y que no tiene por qué, y probablemente ni siquiera tenga esa fuerza, reemplazar a las hablas locales ni personales (lo que se llama idiolecto). 

Quizá se pueda acusar a la RAE, que ha hecho cosas excelentes y cosas nefastas (al final la RAE no es más que un grupo de personas, con sus virtudes y defectos), de haber pecado de monopolio. Lo suyo es el estándar, que podrá hacer mejor o peor, no me meto ahí (todavía), pero nada más. En mi opinión, dedicarse a hacer diccionarios de estilo para Twitter con emoticonos es, tal vez, propasarse en su responsabilidad. Esa faceta de la lengua no le corresponde. De hecho, la mayoría de las facetas de la lengua no le corresponden. Las academias regulan el estándar, no el idioma. Y creo que es importante que haga autorreflexión y empiece a educar a la sociedad en cuáles son y cuáles no son sus funciones. 

 

Fotos

- Cabecera: estatua de Cervantes en la plaza de España de Madrid. Cervantes, considerado el ejemplo supremo del buen español para muchos, era un laísta como la copa de un pino, como todo buen madrileta y castellano en general. (Mirador Madrid)

- Los grandes grupos dialectales del español en Argentina. (Wikipedia)

- Alfonso X el Sabio. Sé que soy un pesado y lo pongo en todas las entradas, prácticamente, pero qué le hago yo, si es que tengo poca imaginación para poner imágenes y el nota está en todos lados. (Wikimedia Commons)

- La primera página del diccionario de la RAE de 1780. Ahí es nada. (Wikimedia Commons)

 


Bibliografía

- Violenta Demonte Lengua estándar, norma y normas en la difusión actual de la lengua española

- Montserrat Batllori Origen y estandarización del español Universitat de Girona

- Francisco Gimeno Menéndez A propósito de lengua y dialecto: el estándar Universidad de Alicante

- Ángel López García-Molins Bosquejo de historia de la norma lingüística del español a la luz de la irrupción del español de EE. UU. Universidad de Valencia

- Elena Méndez García de Paredes Modelos idiomáticos y prescriptivismo. El caso del andaluz Universidad de Sevilla 





miércoles, 11 de mayo de 2022

Cuando el castellano se parecía (un poquito más) al catalán



Uno de los fenómenos más característicos en el paso del latín a prácticamente todas las lenguas romances es la apócope. Así llamamos al fenómeno por el que se pierden sonidos al final de una palabra. Por ejemplo, del latín VACCAM (acusativo) tenemos el español vaca. Entre otros fenómenos, encontramos una apócope de la -m final. 

Alguna lengua más y otra menos, todas los idiomas romances han pasado por este proceso. En el mismo caso de VACCAM, tenemos en gallegoportugués vaca, en catalán vaca, en francés vache... 

De todas formas, la apócope no es más que otro cambio lingüístico. Cuando un cambio lingüístico surge, no se establece de manera inmediata y no hace desaparecer la situación anterior. Es decir, la forma nueva y la antigua conviven. Un ejemplo muy sencillo de esto serían analizar el participio de la primera conjugación -ado/-ao. Cuando se habla de manera más formal se tiende a pronunciar la d, sin embargo, en el habla relajada no. Estas dos formas conviven y, con el tiempo, una de ellas desaparecerá (probablemente). Y aunque parezca que la forma sin d tiene todas las de ganar, podría darse el caso de que en un futuro prefiriéramos la pronunciación conservadora. No se puede prever al 100%.

Como todos sabéis, porque supongo que no tengo tanto éxito para que me lea gente no española, hay una lengua que se parece muchísimo al español y que nos pilla muy cerca, pero que tiene una apócope más extrema: el catalán-valenciano-balear. Efectivamente, nuestra lengua hermana y vecina ha sufrido apócopes no solo consonánticas, sino también vocálicas:

Amigo - amic

Bonito - bonic

Mano - mà

Rápido - ràpid

Bueno, el español también ha tenido vocálicos, pero dejémoslo en que el catalán más todavía. Permitidme que no llame a la lengua constantemente catalán-valenciano-balear, que es un poco rollo. Con solo catalán nos entendemos todos. Que nadie se me ofenda.

Seguimos. Pues bien, el castellano medieval sufrió un proceso muy similar, aunque es un tanto misterioso porque duró relativamente poco, entre el siglo XII y el XIII: la apócope de la -e. Este fenómeno se conoce en lingüística española como la apócope extrema.

Partamos del la línea de salida. El español tuvo una apócope de -e que ha permanecido hasta hoy. Por eso decimos pared y no *parede (<PARETEM), y decimos legal y no *legale (<LEGALEM). Pero, durante los siglos antes indicados, también se dijo noch (noche), val (valle), apart (aparte), plaz (place), diz (dice), quier (quiere), adelant (adelante), puent (puente), mont (monte), nuef (nueve), part (parte)...

Pero este fenómeno no se reducía a sustantivos, verbos, adjetivos o adverbios. También llegó a los pronombres. Así, por ejemplo, es normal encontrar en textos de la época axudom (ayudome/me ayudó. Esto resultará muy familiar a los hablantes de catalán y sus famosos pronombres febles), diom (diome/me dio) o incluso quandol (cuando lo)

Es uno de los fenómenos más discutidos y estudiados del castellano medieval, dada la peculiaridad que aparenta ante nuestros ojos, y no hay consenso en varios puntos. El primer punto que se discute es si era realmente un fenómeno oral o se restringía a la escritura. El segundo, ¿de dónde salió? ¿Por qué pasó esto?

La primera pregunta, simplemente, no tiene respuesta. No podemos escuchar, como es evidente, la pronunciación de la época y no hay nada que nos incline la balanza hacia una u otra posibilidad. Ahí están las dos opciones y hay teorías a favor y en contra de ambas por igual. 

Sobre el porqué, la cosa se pone más interesante.

Rafael Lapesa, eminente lingüista, propuso tres importantes factores que influyeron en el surgimiento de este proceso: 

- la introducción de muchas palabras de otras lenguas, sobre todo el árabe, que tenían sonidos en posición final de palabras que resultaban innovadores en castellano.

- la síncopa, es decir, la pérdida de sonidos en interior de palabra, que ayudaría y favorecería la apócope.

- la influencia de los francos a través del Camino de Santiago, pero no solo por los peregrinos: también hubo obispos y personas de relevancia de ese origen.

De entre los tres, el segundo sería el que más peso habría tenido. Tanto es así, que este punto se ha estudiado mucho después de Lapesa y ha llegado a constituir su propia corriente teórica, aunque no se rechacen las otras dos influencias.

Sin embargo, el desarrollo de la apócope extrema como derivación, por decirlo de alguna forma, de la síncopa, ha sido también muy cuestionada e incluso abiertamente rechazada.

No parece que Lapesa se preguntara en ningún momento por qué cayó la -e y no las demás vocales, es decir, la -a o la -o

Si tenemos una palabra como puente, rápidamente la identificamos como masculina, y si tenemos otra como fuente, con casi la misma estructura fonológica, vemos que es femenina. Pero no hay nada en la palabra que nos diga el género gramatical al que pertenece. No ocurre lo mismo con las palabras luna y oro, por no decir amigo o amiga. Sabemos que la -a nos dice que es femenino (normalmente) y la -o masculino (normalmente). 

Y es que aquí parece que se encuentra una de las claves que explicarían por qué se perdió la -e y ninguna otra vocal: no hacía falta desde un punto de vista morfológico. Lema, el lingüista que expuso esta teoría por primera vez, argumentó la recuperación posterior de la -e solo en aquellas situaciones en que lo exigía la fonotáctica castellana. La fonotáctica es lo que los hablantes consideran posible o imposible en su lengua. Por ejemplo, actualmente una palabra como *crtukp no sería posible en español. Por eso se restituyó en puente y fuente, pero no en edad, por ejemplo, porque el español sí admitía en aquellos tiempos medievales una -d en posición final, pero no un grupo -nt. Cuando decimos que una lengua admite o no admite algo, en realidad es una forma tradicional de hablar: los que lo admiten o no son los hablantes, claro está.

Aunque podría parecer una explicación brillante de primeras, en realidad tiene un problema. La función del género morfológico está implícita para sustantivos y adjetivos, pero no para, por ejemplo, adverbios, y también se dio en esta categoría: adelant, apart, anoch.  Podríamos decir que es un analogía. Si una -e se pierde, ¿por qué no todas las demás? Pero es una explicación poco satisfactoria.

Al final, es muy probable que en la pérdida de esta vocal participaran varios factores, tanto el fonético como el morfológico, y no sería descartable que fuera un proceso autóctono del castellano que se vio favorecido por los contactos con otras lenguas romances que también lo sufrieron y que, de hecho, lo conservan, como el catalán o las lenguas galorromances.

Ala. Un saludete.


Imágenes

- Cabecera: creo que es una página del evangelio de Lucas, pero la verdad es que no estoy seguro. Tampoco es castellano medieval en lo que está escrito, pero ¿a que da el pego? (Wikimedia Commons)

- Una vaca. Más concretamente la del ejemplo. Es romana. De la época de los romanos, digo. Tiene 2000 años. (Piqsels)

- Alfonso X el Sabio, que fue un tío que hizo mucho por el castellano y por el gallegoportugués, y aunque después hiciera sus cosas cuestionables como todo rey, su labor lingüística hace que me caiga bien. (Real Academia de la Historia)

- Rafael Lapesa, gran lingüista valenciano, en una foto tipo "sácame así como si no me diera cuenta". (Wikipedia)


Bibliografía

http://www.ub.edu/diccionarilinguistica/print/6821

https://nrfh.colmex.mx/index.php/nrfh/article/download/453/453/

https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/5441046.pdf

https://resdiachronicae.files.wordpress.com/2013/12/volumen-4-03_5_22_folgar_carlos.pdf

https://minerva.usc.es/xmlui/bitstream/handle/10347/12205/25%20Folgar.pdf?sequence=1&isAllowed=y

 



 

martes, 19 de abril de 2022

Idiomas viejunos I: la lengua fenicia

 


 

¿Quién era esta gente?

Los fenicios habitaban en la región de Canaán, en lo que actualmente es el sur de Siria, Líbano e Israel hasta las tierras del Sinaí. Esta gente se llamaban a sí mismos cananeos y a su lengua, también. Desde un tiempo muy temprano, fueron emergiendo diferentes grupos étnicos regionales y su lengua fue dividiéndose. 

Uno de estos grupos surgidos de los cananeos fueron los que vivían en la región que ellos llamaban Put (principalmente la costa de Canaán), y a sí mismos se denominaban ponnim. Este nombre fue el que daban, también, a su lengua. Esta forma es la que está detrás del origen del griego foinikes, que los romanos más tarde adoptaron como poenus o punicus.

El cambio de [f] a [p], aunque no he encontrado ningún sitio en que se comente, sospecho que es por la realización bilabial de la <f> griega, es decir, para nosotros ese sonido sería como una mezcla de <p> y <f> y, por lo tanto, interpretable de ambas maneras.

Las ciudades principales de los fenicios eran Tiro y Sidón. Grandes comerciantes, navegaron por todo el Mediterráneo y fundaron colonias por toda la costa del norte de África y la península ibérica.

No puedo resistirme a hablar aquí de mi ciudad natal. 

Los fenicios fundaron Cádiz, la primera urbe fundada en Europa occidental (al menos por una civilización "avanzada" de la época) en el año -1100, según la leyenda. Los colonos que fundaron Cádiz eran oriundos de Tiro y, hoy, más de 3000 años más tarde, las dos ciudades tienen la misma forma (ambas son pequeñas penínsulas) y una población parecida. Me encantaría, algún día, poder ir allí y comprobar el resto de parecidos que, seguro, tienen y ahora mismo desconozco.

Después de este paréntesis para homenajear al pequeño rinconcito andaluz que me vio nacer, continúo.

Cuando Fenicia cayó en decadencia, una colonia suya, Cartago, situada en el actual Túnez, formó un estado centralizado con todas las colonias del norte de África e Hispania hasta que cayó ante la maquinaria romana.

Y hasta aquí suficiente, que esto no va de historia ni yo puedo dar lecciones a nadie de este tema.

 

¿Qué hablaban?

Su lengua era el fenicio. Este idioma, con sus cambios lógicos a través del tiempo y el espacio, es la que también hablaban los cartagineses, cuya variedad no sería más que una forma regional.

Era parte de la familia semítica y estaba fuertemente emparentada con el hebreo, con el que se sugiere que podría haber tenido un alta grado de integibilidad. Otra famosa lengua de esta familia es el árabe.

Se identifica como algo que ya es fenicio una lengua del siglo -XI y todavía debían quedar hablantes en siglo VI. Estamos hablando de un período de tiempo de 1700 años, que sepamos. Si a nosotros nos cuesta entender lo que está escrito en el Cid, por no decir que casi no lo entendemos sin estudio previo, y nos separan 800 años, imaginaos lo diferente que puede ser una lengua en un extremo y el otro de ese período de tiempo, si es que consideramos que es la misma lengua. Pero para no entrar en debates técnicos, diremos que sí, que es la misma lengua. 

Además de esto, está la dificultad añadida de que el fenicio, como cualquier lengua que se expande mucho, tenía muchos dialectos diferentes que se distanciaban del estándar más o menos. El estándar se considera la lengua de Tiro y Sidón, sus dos ciudades más importantes, y, luego, de Cartago. A las variantes occidentales se las llama púnicas. 

Fue lengua de cultura en todo el Mediterráneo dada su vitalidad en el comercio y la economía.  

 

¿Cómo se escribía esta lengua?

La lengua fenicia se escribía en un alfabeto de 22 letras. En realidad no era un alfabeto, sino un abyad o alfabeto consonántico, es decir, un sistema ortográfico en que solo (o casi solo) se escriben las consonantes. 

Esto tiene un origen muy sencillo: los fenicios decidieron escribir todos aquellos sonidos que podían encontrarse al inicio de una palabra, y parece que en su lengua, en el momento en que se fue gestando este sistema de escritura, no había palabras que empezaran por vocales (la consideración de lo que es una vocal cambia, y mucho, de una lengua a otra).

En la etapa final de la lengua, se usó más el alfabeto latino que el fenicio.

Como curiosidad, que ya comentaré en otro futuro post, el abyad fenicio es el origen de nuestro alfabeto latino.  


¿Cómo sonaba el fenicio?

La lengua conoció los sonidos consonánticos, similares al español, de <ba, ga, da, ka, la, ma, na, sa, pa, ara, ta>. La <a> la escribo solo como apoyo para la pronunciación, no es que estos fueran sus nombres ni nada parecido.

También conoció otros que el español no tiene y que intentaré explicar a continuación lo mejor posible:

- Una pausa glotal, que suele representarse con una comilla '. Por ejemplo, en la secuencia a'a habría que pronunciar una pausa entre las dos vocales. Algo parecido a lo que hace el inglés cockney con la <t>.

- Un sonido como la <h> inglesa o nuestra <j> pronunciada a la manera andaluza. 

- La <w> del inglés. Aunque para un hispanoparlante es una simple vocal, fonéticamente es una semiconsonante.

- Lo mismo que la anterior, pero en este caso com una <i>. En la palabra <hierba>, por ejemplo, aunque nosotros interpretamos la <i> como una vocal, en realidad es una semiconsonante.

- Un sonido [dz], esto es como la <z> italiana de la palabra <pizza>, pero moviendo las cuerdas vocales.

- Una faringal fricativa, esto es, algo parecido a una <r> francesa. Solo parecida, pero con bastante diferencia. Es difícil describirla. 

- Una <t> retrofleja. Esto significa que pronunciamos una <t>, pero con la punta de la lengua vuelta hacia atrás en el paladar.

- Un sonido <ts>, como el que decimos cuando pronunciamos <pizza>.

- Un sonido parecido a la <k>, pero pronunciado en la garganta, como un término medio entre este sonido del español y el de la <g> en <gato>.

- El sonido inicial de la palabra inglesa <show>. 

En cuanto a  las vocales, el repertorio es más sencillo de explicar: tenía <a, i, u> que podían ser largas y breves, como el árabe actual. 

Por supuesto, existían diptongos, reducciones de diptongos y alófonos (pronunciaciones que dependen del contexto) que podían resultar en algo parecido a <e, o>, pero no eran pronunciaciones, digamoslo así, "oficiales".


 

Los pronombres personales

Pues me ha gustado comprobar que eran muy parecidos a los del árabe actual:

La primera persona del singular podía ser ani, aniki, anik.

La segunda persona del singular masculino (o sea, un tú solo masculino) era atta, y la femenina atti

La tercera del singular masculina era hu, u, y la femenina hi, i.

La primera persona del plural era anahnu, nahnu

La segunda persona del plural era attim.

La tercera del plural masculino y femenino tenía la raíz consonántica HMT, pero no hay consenso sobre su pronunciación. 

 

El sustantivo

El masculino era el género no marcado, como en español, mientras el femenino tenía la terminación -ot, -at o -t (también similar al árabe clásico actual). 

El plural masculino se formaba con una vocal+m. Así, por ejemplo, la palabra hijo, bin (igual que en árabe clásico actual) formaba su plural banim (el cambio vocálico i>a es otra movida). 

El plural femenino añadía -ut o -t

Recuerdo, de mis clases de árabe clásico, que el plural era un aspecto especialmente difícil de esta lengua. Pues parece que en fenicio era igual, y tenía formas diferentes para nombres masculinos, femeninos, colectivos, neutros... un cacao.

 

El verbo

El fenicio podía expresar tres modos: indicativo, no indicativo [una forma que podía tener valor de subjuntivo, optativo, yusivo [para expresar órdenes, mandatos o exhortaciones] y cohortativo [súplica, insistencia, ruego, propósito, intención...]) e imperativo. 

Constaba de dos aspectos, perfectivo e imperfectivo. El aspecto perfectivo denota una acción que ya ha acabado, mientras que el imperfectivo una acción que no ha terminado. Un mal, pero fácilmente comprensible, ejemplo podrían ser el pretérito perfecto simple (prefiero este nombre al de pretérito indefinido) cantó y el pretérito imperfecto (de ahí sus nombres) cantaba

Además, conocía seis tiempos: pretérito perfecto, pretérito imperfecto, pluscuamperfecto, presente perfecto, presente imperfecto y futuro. 

 

Algo de sintaxis, que parece que no, pero mola

El orden típico de la oración era sujeto, verbo, objeto, es decir, como el español. También era como el nuestro el orden del sintagma nominal, en que el sustantivo precedía al adjetivo. 

De nuevo como en árabe clásico, no existía la cópula (ser, estar) que se omitía. Es decir, en vez de decir yo soy Bernardo, yo soy alto o yo estoy en casa, se decía simplemente yo Bernardo, yo alto, yo en casa.  



Del uno al diez en fenicio

1.Ehhad/ehhat

2.Snem/sne (masc) - stem/ste (fem)

3.Salus/salust 

4.Arba'at/arba' 

5.Hamist/hames

6.Sesit/ses

7.Seba'at/seba

8.Samunit/samune

9.Tisa'at/tesa'

10.Asert/asar

 

Imágenes

Cabecera: una cabeza de terracota. Es lo que ha salido cuando he puesto fenicio en Google. Vamos a darla por buena, que pinta de fenicia tiene, oye. (Flickr)

1. Extensión máxima de la lengua fenicia. (Wikipedia)

2. Monedita con inscripción en alfabeto fenicio. (Wikipedia)

3. Inscripción maravillosamente bien conservada en fenicio. Aunque os cuesta creerlo, de ahí vienen las letras que estáis leyendo ahora.  (Wikipedia)


Bibliografía

https://theswissbay.ch/pdf/Books/Linguistics/Mega%20linguistics%20pack/Afro-Asiatic/Semitic/Phoenician-Punic%20Grammar%20%28Krahmalkov%29.pdf

http://archiv.ub.uni-heidelberg.de/propylaeumdok/1074/1/Roellig_The_Phoenician_Language_1983.pdf

https://www.researchgate.net/profile/Francoise-Briquel-Chatonnet/publication/339922041_Phoenician_and_Punic/links/5f86e76a458515b7cf7f8537/Phoenician-and-Punic.pdf?origin=publication_detail

https://es.wikipedia.org/wiki/Idioma_fenicio


miércoles, 30 de marzo de 2022

Toda la verdad (y una opinión) sobre los préstamos

 


Los préstamos son aquellas palabras que los hablantes de una lengua A toman de una lengua B. Así, por ejemplo, hardware o chalé son préstamos. 

Estas palabras suelen venir de idiomas en contacto. Normalmente se pensaría que la cultura más "desarrollada" o "relevante" presta a la menos "desarrollada" o menos "relevante", pero no tiene por qué ser así. Las lenguas en contacto se prestan palabras constantemente y es una relación bidireccional. 

No hay más que escuchar en versión original una serie estadounidense para escuchar palabras totalmente integradas en el inglés como amigo, loco, señor...  y no hace falta que mencionemos la cantidad de anglicismos que hay en español y en cualquier otro idioma, prácticamente de todo el mundo, dado que la cultura anglosajona es la dominante y el inglés es su lengua.

Las patrimoniales son otro caso: son palabras que no han dejado de decirse nunca en la cadena generacional, que llevan en boca de los hablantes desde el latín, desde el mismo momento en que se formó el español o la lengua que sea.

La proporción entre palabras patrimoniales y préstamos puede que sorprenda: las patrimoniales son una minoría. La abrumadora mayoría de palabras del español (y me atrevería a decir que de la gran mayoría de las lenguas) son préstamos. Según algunos cálculos, solo el 23% de las palabras españolas son patrimoniales. Eso sí, la cifra puede engañar un poco, porque este 23% conforma el 80% de las palabras más utilizadas. Podríamos decir, pues, que sí, son minoría, pero es el grupo de palabras más importante en nuestra comunicación diaria.


 

¿De dónde vienen las palabras del español?

 Por origen, el léxico español se puede clasificar así:

- alrededor del 70% de las palabras proviene del latín. Aquí están incluidas las patrimoniales, los cultismos y los semicultismos. Los cultismos son los préstamos que se tomaron del latín y, en la práctica, solo se les ha modificado el final para castellanizarlas un poco (-um>o). Los semicultismos son aquellas palabras que se tomaron en una fase muy temprana de la lengua y sufrieron algún cambio, pero no todos los que tuvieron las palabras patrimoniales. Por ejemplo, SAECULUM > siglo (cuando, según los cambios fonéticos del latín al castellano, debería haber dado algo como sejo);

- griego, 10%;

- árabe, 8%;

- gótico, 3% y

- otras lenguas, como el vasco, el celta, otras lenguas romances y germánicas, lenguas nativas de Asia o Latinoamérica, etc, 10%.

Aquí hay un problema, porque las cosas nunca son tan fáciles ni tan planas. Las palabras que tenemos del griego, casi todas ellas, salvo las del vocabulario más científico y técnico, han entrado a través del latín, por lo tanto, ¿deberían considerarse patrimoniales o griegas?

La palabra tabú, por ejemplo, cuyo origen está en una lengua de la Polinesia, ha llegado a través del inglés. ¿Es un préstamo inglés o polinesio?

¿Qué problema hay con los préstamos?

Cuando era chico los profes me enseñaron lo que estaba bien y lo que estaba mal. Si el español no tenía una palabra para referirse a determinado objeto, sentimiento o concepto, o surgía un nuevo invento que el español no podía nombrar, era perfectamente lícito coger una palabra ajena. Pero, en el caso de que el español tuviera ya una palabra con el mismo significado, había que evitarla.

Así, nuestros profesores nos censuraban palabras en clase como skate, porque teníamos que decir monopatín, y nos alarmaban sobre el exceso de anglicismos en nuestro vocabulario. No sé qué será de ellos, pero supongo que se estarán mesando los cabellos con las nuevas generaciones.

Esos mismos profesores, sin embargo, se llenaban de orgullo cuando hablaban de los préstamos que el español había dado a otras lenguas, principalmente al inglés. El inglés parecía el enemigo a batir. 

A mí eso me chirriaba. ¿Los préstamos en español son malos, pero si los préstamos son del español a otras lenguas, entonces son buenos? Era evidente que ahí no había ningún argumento lingüístico. Más bien, en el sustrato, entre bambalinas, de lo que nos estaban hablando era de preponderancia cultural, social, de resistencia ante la colonización cultural y lingüística anglosajona, tal vez. Quizá era simple orgullo patrio (lingüístico). Sea lo que fuere, el caso es que motivos lingüísticos para rechazar una u otra palabra... parece que no hay.

Un significante (la cadena fónica) se junta con un significado para representar un concepto. ¿Por qué skate cumple peor su función que monopatín? Por nada, ambas son igualmente válidas hable la lengua que hable el que la diga. 


 

Aparte, pensar que un préstamo solo es lícito cuando no existe una palabra en el idioma de recepción supone pensar que el idioma de recepción no puede crear un término, cuando cualquier lengua del mundo está capacitada para nombrar cualquier objeto, sensación, cosa... que le sea necesario. 

También he escuchado el argumento de lo adecuado y genuino.

Lo adecuado y lo genuino

Primero hablaremos de lo que es genuino.  ¿Qué es lo genuino de una lengua? Como he leído en algún sitio: "lo que es XXXXXXX (introducir aquí cualquier idioma), vaya". 

¿Lo genuinamente español es ese 23% de palabras patrimoniales (en el resto de lenguas de nuestro alrededor la proporción es similar)? O ¿algunos préstamos sí son válidos mientras que otros no? ¿Por qué? ¿Cuál es el criterio de aceptabilidad? ¿Es la lengua de origen lo que hace que un préstamo sea mejor que otro? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que un préstamos sea algo genuino de la lengua que lo ha tomado? ¿Generaciones, décadas, siglos? ¿Lo tiene que decidir una academia? Lo genuino es un concepto relativo, subjetivo y que se presta mucho a la libre interpretación que convenga a cada uno. 

He escuchado por ahí que los préstamos son lobos disfrazados de oveja y son una amenaza para la lengua (literalmente). Es exactamente lo mismo que se decía en la España decimonónica sobre las palabras que venían del francés (actualmente la gente ni siquiera sabe reconocer esas palabras y todas les parecen españolísimas). Lo mismo que se dice hoy sobre el inglés. La esencia de la lengua en peligro.

Esa "esencia" de la lengua (que tendríamos que ver qué es exactamente) ha cambiado tantas veces, se ha alterado y modificado tanto con el paso del tiempo, que lo de verdad peligroso sería que no siguiera cambiando, porque significaría que es una lengua condenada a la desaparición. El léxico se renueva con palabras de otras lenguas mientras otras palabras caen en desuso, es una mera cuestión de adaptación a las nuevas realidades. Mientras más global sea nuestra sociedad, más global será nuestra lengua.

Y esto no quiere decir que no haya cosas que a mí, como a cualquier hablante, me chirríen. Intento ser totalmente objetivo, empírico y científico, pero soy una persona de mi tiempo criado en mi contexto y mis circunstancias, y cojeo, como todos. Por ejemplo, me duele el alma cada vez que escucho a alguien decir tengo una call. Pero el problema no es de la palabra ni de la lengua, es mío. A mí esa frase me suena ridícula, pero como lingüista sé que es como cualquier otra y no debo montar una campaña en su contra. La persona que la dice y usa la ha asimilado y quizá el resto de la sociedad, con el tiempo, también lo haga. Y no pasa nada.



Seguimos con el asunto de la adecuación. La adecuación lingüística se entiende como tener la capacidad de modificar tu resgistro de habla según la situación en que te encuentres. No deberías hablar igual con el presidente del gobierno que con tu primo, por ejemplo. No hablas igual defendiendo la tesis ante un tribunal que tomándote unas cañas, por ejemplo. Por lo tanto, una persona que tiene esas herramientas habla bien, o de forma correcta, y una persona que no escoge las palabras adecuadas en cada momento habla de forma incorrecta.

A mí esta conclusión me parece que es plenamente social, no lingüística, y por lo tanto libre a la subjetividad de cada uno. Evidentemente el estándar de las lenguas es una creación de las esferas de poder. Sí, puede que hoy día no sea como antes, pero lo que tenemos hoy es consecuencia de lo que se creó ayer. Por lo tanto, lo que se considera correcto es un producto que la clase dominante ha considerado bueno (y que el grueso de la población ha aceptado, sin duda).

 La capacidad para tener un registro mejor está directamente relacionado con la calidad de la educación y del contexto social, que es una consecuencia del poder adquisitivo. Es decir, si has nacido en un barrio marginal y has dejado el colegio con 16 años para trabajar y ganar dinero para sobrevivir, hablarás toda tu vida mal, mientras que si has nacido en el barrio de Salamanca, hablarás bien. No puede ser tan fácil, ¿no? No puede ser tan clasista, ¿no? No puede ser, en fin, tan injusto. Me parece una visión que se acomoda a los estándares de una élite social determinada. No me convence (que igual a ti sí, esto es cuestión de opinión).

Para mí, y esta es mi visión totalmente personal, no es nada fácil decir lo que es hablar bien o mal. Me decanto por pensar que hablar mal es simple y llanamente no saber expresar tus pensamientos. Si no sabes comunicar lo que tienes dentro, si los que te rodean no te entienden, eso podría ser, para mí, hablar mal. Sin embargo, esta conclusión no escapa de polémica, porque parece que se amolda a la teoría de que la función principal de la lengua es la comunicación, cuando esto es debatible. Hablaré de ello en otro momento.  

Realmente, el tema de hablar bien y hablar mal es largo y me gustaría dedicarle otro post

En fin, no hay ningún problema lingüístico (sociales todos los que queráis y probablemente más) en usar palabras de otras lenguas en tu idioma (de hecho, una vez que se usan, ¿no son ya de tu idioma también?), la lengua nunca ha sido ni será pura ni genuina, el léxico es una mezcla infinita que va a seguir mezclándose más todavía con el paso del tiempo, y pensar que una palabra solo puede tomarse cuando no existe en tu idioma es pensar que las lenguas tienen limitaciones para expresar la realidad que nos rodea, lo que no es cierto. 

La lengua que ha triunfado más que las demás

 Sí, el inglés es una lengua que ha tomado préstamos a mansalva, a cascoporro, a manos abiertas, barra libre de préstamos. Tanto es así que actualmente se calcula que un 29% de sus palabras son de origen francés (aquí se meten también las palabras normandas, el normando fue y es una lengua de oil, un grupo de lenguas del norte de Francia entre las que está el francés), el 29% del latín, el 26% son de origen germánico (aquí están las palabras patrimoniales, pero también las que vienen del antiguo nórdico, del neerlandés...), un 6% del griego y el resto de muchas otras lenguas. El 58% de las palabras del inglés son de origen latino. En español nos consolamos con que la mayoría de nuestras palabras y préstamos son también de origen latino, y eso parece que disimula el préstamo y duele menos, pero en inglés el 59% de palabras viene de otra familia lingüística. 

¿Qué le pasa al inglés? ¿Es peor idioma? Pues, socialmente no parece que importen sus préstamos, es la lengua de prestigio y cultura global, las generaciones más jóvenes tienen cada vez más anglicismos y hablan mejor inglés, también consumen más inglés y es una idea general que "en inglés todo suena  mejor". 

Al final, el resumen de lo que pasa con los préstamos, si me permitís un resumen tan corto como banal e incluso soez, es que hay mucho chovinismo.


Imágenes

Cabecera: pues he puesto préstamos en Google y lo más aceptable que ha salido sin derechos es esto. La verdad es que no es fea, el rollo así como ochentero que tiene me mola. (PxHere)

1_ El foro romano, Roma. Qué sitio tan maravilloso, y cómo nos encanta en el mundo occidental todo lo que fue y pasó en Roma. (PxFuel)

2_ Un nota en skate por la Gran Vía de Madrid, que es la calle más maravillosa del mundo. (Xmigrations)

3_ El Gòtic de Barcelona. Una cosa que em passa sempre a Barcelona i que no em passa a cap altre lloc: sempre que hi vaig tinc la sensació de que no em recordava del bonica que és. M'encanta esta ciutat. Una pena que no tinga la Gran Vía de Madrid. :P  Perdó si hi ha algun error en el meu català-valencià autodidacta. (Pixabay)

 

Bibliografía

miércoles, 23 de marzo de 2022

La doble negación

 

 


Siempre se habla de que, a diferencia del inglés, el español tiene doble negación. 

Para abordar este tema primero tendríamos que delimitar el concepto, es decir, saber a qué nos referimos cuando hablamos de una doble negación. Después, tendríamos que ver cómo funciona esta en español y cómo lo hace en los idiomas cercanos, en este caso los de la misma familia romance. 

Si el objetivo final es compararlo con el inglés (que en este caso sí lo es, porque queremos ver si la popular frase que da inicio a este texto es cierta desde un punto de vista gramatical), tendríamos que ver la situación actual del inglés y, finalmente, ir a la comparación.

Vamos a hacerlo todo, pero, como cabe esperar, aquí solo vamos a tratar el tema muy someramente. Sobre esto hay muchísima literatura científica escrita y todavía hay algunas posiciones que no están aclaradas. Tomaos esto como un simple resumen de resúmenes de resúmenes de resúmenes... Et ad infinitum.

 ¿Qué es una doble negación?

Desde el punto de vista popular, las frases como no quiero nada, no tengo nada, no me dice nada, no viene nunca, no viaja nunca tienen dos palabras que son negaciones. Una, la más evidente, es el adverbio no, mientras que la segunda es la que sigue al verbo: nada, nunca

En español hay muchas palabras que funcionan como una negación. Incluso existen afijos, que el hablante medio no reconoce como palabra independiente, por ejemplo: in- (o sus variantes i-/im-/ir-...). Veamos los ejemplos:

El estudiante es reflexivo 

El estudiante es irreflexivo

La segunda frase equivale (con ciertos matices) a decir que el estudiante no es reflexivo. Vemos claramente el carácter de negación del prefijo i-.

¿Y qué pasa si mezclamos i- con un no?

El estudiante no es irreflexivo

En este caso hemos unido dos negaciones, y el resultado es positivo: 

El estudiante no es (no) reflexivo = el estudiante es reflexivo

Mmmmm. Parece que hay un problema. ¿Cómo se explica esta última frase?

Si dos negaciones en español suman y dan un resultado positivo ¿qué son nunca, nada en las primeras oraciones?

 

Los términos de polaridad negativa

Ninguno, nada, nunca, jamás, nadie e incluso sino y ni pueden funcionar como términos de polaridad negativa. 

No me quiere nadie

En esta frase hay una palabra que niega, es no, y nadie es un término de polaridad negativa, es decir, una palabra que se ve arrastrada por la negación, es un tipo de condordancia. Por sí sola, sin embargo, no niega. Podemos comprobarlo:

*Me quiere nadie

Cualquier hablante medio considerará que esta frase no es aceptable. Nadie no tiene capacidad para negar en esa posición. La prueba definitiva es su versión positiva, totalmente aceptable:

Me quiere alguien

Pero seguro que todos os estáis preguntando: ¿y qué pasa cuando cambio nadie de sitio? Ay, pues toda la razón. Con la sintaxis nos hemos topado.

Nadie me quiere

Cuando una de las palabras anteriormente indicadas se coloca delante del verbo, se carga de sentido negativo, por lo tanto, no es necesario colocar no, ya que nadie (en este caso) lo sustituye. 

*Nadie no me quiere

Aunque esta última fórmula no parece aceptable a la generalidad de los hablantes hoy día, debemos remarcar que sí lo fue en español hace algunos siglos, y que hoy en día sigue existiendo en zonas andinas, en Paraguay y en áreas de España donde el castellano coexiste con el catalán. En todos los casos parece ser calco de las lenguas con las que se convive. 

La necesidad de concordancia de la negación es tal, que a veces influye al verbo:

¡Bebe!/¡No bebas!

Creo que lee mucho/No creo que lea mucho

En resumen: la polaridad negativa es una concordancia. Igual que tenemos que concordar persona y número entre pronombre y verbo, o género y número entre adjetivo, artículo y sustantivo, tenemos que concordar verbo positivo y sus partículas y verbo negativo con sus partículas. 

Así pues, la frase No vi a nadie no es una doble negación. Solo hay una palabra que niegue. 


La situación en las lenguas romances

Este apartado debería ser el más extenso, así que voy a intentar resumir: en casi todas las demás lenguas romances funciona casi todo básicamente igual.

 

La situación en inglés

En inglés, por decirlo de una forma mala y rápida, estas palabras que en español son términos de polaridad negativa son siempre negaciones. Es por ello que en inglés esta frase:

*I don't have nothing

No es aceptable para la mayoría de hablantes (aunque para algunos sí, el inglés es una lengua enorme con muchas variantes). 

Pero esto no quiere decir que la lengua anglosajona no conozca la polaridad negativa.

I have something

*I don't have something/I don't have anything

La oración marcada con el asterisco no es aceptable para los hablantes. La negación, al igual que en español, induce un efecto negativo al resto de la frase y es necesario cambiar la partícula something por anything

 


 

 

Qué pasa en otros lejanos y exóticos idiomas

Tenemos el caso del inglés, en que palabras como nothing, nobody funcionan siempre como negaciones; el caso de la mayoría de lenguas romances, en que pueden ser negaciones o términos de polaridad negativa; y tenemos el caso del coreano, en que solo son términos de polaridad negativa. Es decir, en coreano no podemos decir:

Nadie tiene miedo

Habría que decir:

Nadie no tiene miedo

En la bibliografía encontraréis un enlace para más información sobre este tema en coreano, por si os interesa. Vamos, que he puesto el coreano por darle un toque de color a esto, pero que en catalán pasa lo mismo, ¿eh? Por si no queréis ir tan lejos.

También en croata ocurre lo mismo, y lo pongo porque sí puedo escribir en croata y no en coreano, así queda más guay:

*Nitko ima psa

Literalmente es Nitko = nadie, ima = tiene, psa = (un) perro. Esto no es aceptable por los hablantes, que necesitan colocar la negación.

Nitko nema psa 

Ahora tenemos nema (que es una forma contraída de ne + ima, o sea, no tiene) y esta es la forma corriente y normativa de decirlo.


Conclusiones rápidas 

Pues parece que, según hemos visto, el español no tiene doble negación, porque las palabras que pensamos que son esa segunda negación en realidad no son tal. Tampoco lo tiene el inglés, ahí la sabiduría popular coincide con la gramatical. Ambas lenguas tienen términos de polaridad negativa, que seguramente esto ha sido un uau para todo el mundo que nadie se esperaba. 

Y luego están lenguas como el coreano, el catalán o el castellano antiguo en que los términos de polaridad negativa, ocupen la posición que ocupen, no sirven por sí solos para negar. 

Pues ya estaría todo. Ya sabes que el español no tiene doble negación (o sí, pero no es lo que pensabas). De todas formas, si quieres seguir diciendo que sí tiene porque a ti te lo parece y porque esto no te ha parecido correcto, pues adelante. Queda más interesante con una birra. 

 

Avisos importantes

Hay mucho escrito sobre este tema y no todos los autores coinciden. Algunos, de hecho, hablan abiertamente de doble negación en casos como nadie ha visto nada

Como no podía ser de otra forma, esto es solo una visión parcial y resumida de un tema amplio y complejo.


Imágenes

Cabecera: el dicharachero Bugs Bunny diciendo que no con boquita francesa. (Verne, El País)

1_ El pesandor, de Rodin. Fue mi inspiración para el elaborado ejemplo del niño reflexivo. (Wikimedia Commons)

2_ Un cartel en el que aparecen las palabras nothing y something, que las he usado en los ejemplos. Es que es muy difícil encontrar fotos para este tema. (Flickr)

 

 

Bibliografía

- Asociación de Academias de la Lengua Española Nueva gramática de la lengua española Espasa Libros, 2009, Madrid

- Wikipedia. Polaridad (gramática)

- Sitio Oficial de la Lengua Española

- Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

martes, 8 de marzo de 2022

Les amigues

 


 

Se calcula que a finales del Imperio romano el latín hablado ya solo disponía de dos casos, el nominativo y el oblicuo (que era una especie de fusión de todos los demás). Es decir, después de varios siglos en que formas nuevas y antiguas habían estado en boca de los hablantes, se llevó a cabo uno de los mayores vuelcos que puede haber en un idioma con declinaciones: la reducción hasta la mínima expresión del sistema de casos, situación encaminada hacia una evidente pérdida. Y ocurrió. Y aquí seguimos, tan tranquilos. Nuestra lengua ha perdido todas las declinaciones (para algunos queda un pequeño resto) y ahora eso es lo elegante.

Entre los siglos XV-XVII el español sufrió grandes transformaciones fonéticas. Desaparecieron sonidos muy frecuentes, como el sonido "ts" de la palabra italiana pizza, o la "sh" del inglés show, y en su lugar aparecieron nuevos, como el sonido de la zeta actual o el de la jota. Una profesora en la universidad (información no contrastada, pero que funciona muy bien como ejemplo) nos dijo que a Carlos I de España y V de Alemania le enseñaron a decir estos sonidos "ts" y "sh" cuando ya empezaban a ser minoritarios. A él le enseñaron castellano o español correcto, mientras que esos fonemas eran modas que corrompían la lengua. Y después de semejante cambio, no ha pasado nada. Felices con nuestros sonidos corrompidos. No solo felices, es que ahora son los cultos. Una amiga argentina que estudió en el colegio en los años 90, en su país, me comentó que la profesora les obligaba a distinguir los sonidos originales de la letra y y del dígrafo ll, cuando ninguno de los dos sonidos existe en su ciudad. Estos ejemplos de correcciones hacia la lengua "buena" son constantes. 

La polémica

Hace poco ha surgido un nuevo género gramatical en español, que acaba en -e y sirve para no expresar el sexo biológico o la identidad de género social (perdón si he dicho alguna barbaridad, no soy especialista en estos temas). Y la gente se está llevando las manos a la cabeza. 

Si este tercer género triunfara no pasaría absolutamente nada. Los hablantes que crecieran con él lo verían tan natural como vemos nosotros hablar con dos géneros gramaticales, y estarían felices con su tercer género y lo considerarían la norma culta. Hablar con dos géneros, tal vez, se vería antiguo y se usaría en películas ambientadas en el siglo XX, como hacemos nosotros con el "vos" y las pelis medievales. Y la lengua seguiría mirando hacia adelante, cambiando y mezclándose en un futuro incierto con desconocidas formas nuevas.

Las críticas

La primera crítica que se le hace al tercer género es que no cabe dentro del español, porque en español solo hay dos géneros. Lo cierto es que no está tan claro que en español haya solo dos géneros, ya que algunos piensan que aún tenemos restos del neutro del latín (esto, aquello, lo, ello...). En cualquier caso, y aunque solo haya dos, añadir un tercer género será mucho menos traumático que perder el neutro, cinco declinaciones, cinco casos (o seis, depende de cómo se mire) y reformular prácticamente la mitad del sistema verbal. Todo eso le pasó al latín, que, podríamos decir, es lo que nosotros hablamos, pero con otro nombre.

Añadir un tercer género sería un cambio similar al que vivió el español entre los siglos XV-XVII, cuando su sistema fonético se vio sacudido por una serie de cambios que provocaron una reacción en cadena y alteraron todo el sistema. 

Y el caso es que, cambie mucho o cambie poco la lengua, no pasa nada. Vamos a seguir hablando igual, y la norma cambiará como hace constantemente (a un ritmo mucho más lento que la lengua hablada, ciertamente), y ya está.

Otra crítica que se le hace es que no es un cambio natural. Primero tendríamos que entender qué es un cambio natural. Cuando una palabra se introduce en una lengua, los hablantes saben perfectamente que están usando voluntariamente una palabra extranjera. ¿Alguien hoy en día no sabe que en la frase "voy a hacer una call" la palabra "call" viene del inglés? Y se sigue usando voluntariamente. ¿Las palabras nuevas entran de forma natural? Cuando introducimos palabras estamos cambiando la lengua, aunque solo sea superficialmente.

De todas formas, y si este ejemplo ha sabido a poco, vayamos con cambios gramaticales totalmente voluntarios que hoy nos parecen de lo más normal. En el castellano medieval la forma superlativa de los adjetivos "-ísimo" no existía. Para hacer comparaciones de adjetivos se usaba siempre "más/menos/el más/el menos". Durante los ss. XV y XVI, con el humanismo y el Renacimiento, entre las clases cultas se puso de moda añadir -ísimo a los adjetivos, porque este sufijo era latino y quedaba bien. El caso es que las clases populares se reían de esta forma de hablar, y metían "-ísimos" en cualquier palabra para reírse de lo que hoy llamaríamos pijos. Y aquí está hoy día nuestro "-ísimo", fruto de una decisión y moda estética y estilística de una minoría y aceptado por todos con agrado. Y no ha pasado nada. Debo añadir que aunque se puso de moda, hay testimonios de -ísimo desde el siglo XII, aunque escasos, y que algunos lo asocian al lenguaje eclesiástico. Pero ese es otro tema.

 

Para acabar

 

La aceptación del cambio lingüístico es socialmente complicada. Solemos tener un rechazo a la novedad innato y, además, no nos gusta que nos cambien lo que ya tenemos establecido y damos por sentado. 

El pronombre "elle", por ejemplo, no plantea ningún problema para la lengua, en la lengua cabe todo, la lengua lo acepta todo, somos nosotros, con el uso de las nuevas formas, los que provocamos la aceptabilidad o el rechazo. Saltarse la norma no importa. Constantemente escuchamos patadas a la norma, desde el telediario hasta las conversaciones con los compañeros de trabajo. Lo que causa rechazo es el trasfondo social que tiene detrás "elle". Es decir, no molesta "elle", molesta el cambio en la sociedad que implica.

Que conste que esto no es ninguna defensa del tercer género. Como lingüista, mi papel no debe ser juzgar como bueno o malo ningún fenómeno, simplemente estudiarlo, analizarlo y observarlo. Lo que es incuestionable desde una perspectiva histórica es que este cambio no tiene nada de especial ni novedoso, al menos, en tanto cambio. Los usos políticos y sociales voluntarios de la lengua son tantos que lo complicado es no encontrarlos en algún momento.

Como hablante, yo no suelo usarlo salvo en contadísimas ocasiones en que quiero hacer hincapié, de alguna manera, en la ausencia o indeterminación de género social (de nuevo pido disculpas por la ignorancia del tema) en mi discurso. Y no me ha pasado nada. Si quiero, lo uso, si no, no lo uso, porque nadie me obliga a ello y yo lo interpreto y uso a mi manera. Si llega el momento en que se hace de uso general, todas las interpretaciones y usos de la comunidad de hablantes se pondrán en común y pasará al estándar. Y, si no triunfa, quedará como otro cambio que no se impuso, como tantos otros. Por poner un ejemplo, durante un tiempo, en la Edad Media, se perdía la "-e" final: noch en vez de noche, val en vez de valle... pero no consiguió derrocar a la forma anterior, con la -e.

Cada uno puede criticar o apoyar, si así lo desea, este tercer género o cualquier otro aspecto del lenguaje inclusivo, pero, en realidad, dudo que haya algún argumento lingüístico (como adjetivo de la ciencia lingüística, no como relativo a la lengua) en ninguna de las partes. La lengua no hace más que reflejar la sociedad en la que se habla, y no al contrario.  


Imágenes

Cabecera: editorial Maeva. Tiene truco, porque no es que sea un libro escrito con lenguaje inclusivo, es que está en catalán, y en esta lengua el plural femenino es "-es". Pero bueno, oye, da el pego. 

1_ Fachada del edificio de la RAE, una institución que limpia, fija y da esplendor. Por si se dudaba. (Flickr)

2_ Estatua de Nebrija en la Biblioteca Nacional de España. Seguro que en algún momento sus sirvientes se rieron de él porque decía adjetivos que acababan en "ísimo". (Flickr)


Bibliografía

- Andrzej Zelinski Evolución semántico-sintáctica del sufijo superlativo -ísimo en castellano Universidad Jaguelónica de Cracovia, 2013

- Sobre la expresión del superlativo en español 

- Chaofang Wang Las fórmulas superlativas en el español de los siglos XVIII y XIX Universidad Autónoma de Madrid, dirigida por Ana Serradilla Castaño, 2013