Se calcula que a finales del Imperio romano el latín hablado ya solo disponía de dos casos, el nominativo y el oblicuo (que era una especie de fusión de todos los demás). Es decir, después de varios siglos en que formas nuevas y antiguas habían estado en boca de los hablantes, se llevó a cabo uno de los mayores vuelcos que puede haber en un idioma con declinaciones: la reducción hasta la mínima expresión del sistema de casos, situación encaminada hacia una evidente pérdida. Y ocurrió. Y aquí seguimos, tan tranquilos. Nuestra lengua ha perdido todas las declinaciones (para algunos queda un pequeño resto) y ahora eso es lo elegante.
Entre los siglos XV-XVII el español sufrió grandes transformaciones fonéticas. Desaparecieron sonidos muy frecuentes, como el sonido "ts" de la palabra italiana pizza, o la "sh" del inglés show, y en su lugar aparecieron nuevos, como el sonido de la zeta actual o el de la jota. Una profesora en la universidad (información no contrastada, pero que funciona muy bien como ejemplo) nos dijo que a Carlos I de España y V de Alemania le enseñaron a decir estos sonidos "ts" y "sh" cuando ya empezaban a ser minoritarios. A él le enseñaron castellano o español correcto, mientras que esos fonemas eran modas que corrompían la lengua. Y después de semejante cambio, no ha pasado nada. Felices con nuestros sonidos corrompidos. No solo felices, es que ahora son los cultos. Una amiga argentina que estudió en el colegio en los años 90, en su país, me comentó que la profesora les obligaba a distinguir los sonidos originales de la letra y y del dígrafo ll, cuando ninguno de los dos sonidos existe en su ciudad. Estos ejemplos de correcciones hacia la lengua "buena" son constantes.
La polémica
Hace poco ha surgido un nuevo género gramatical en español, que acaba en -e y sirve para no expresar el sexo biológico o la identidad de género social (perdón si he dicho alguna barbaridad, no soy especialista en estos temas). Y la gente se está llevando las manos a la cabeza.
Si este tercer género triunfara no pasaría absolutamente nada. Los hablantes que crecieran con él lo verían tan natural como vemos nosotros hablar con dos géneros gramaticales, y estarían felices con su tercer género y lo considerarían la norma culta. Hablar con dos géneros, tal vez, se vería antiguo y se usaría en películas ambientadas en el siglo XX, como hacemos nosotros con el "vos" y las pelis medievales. Y la lengua seguiría mirando hacia adelante, cambiando y mezclándose en un futuro incierto con desconocidas formas nuevas.
Las críticas
La primera crítica que se le hace al tercer género es que no cabe dentro del español, porque en español solo hay dos géneros. Lo cierto es que no está tan claro que en español haya solo dos géneros, ya que algunos piensan que aún tenemos restos del neutro del latín (esto, aquello, lo, ello...). En cualquier caso, y aunque solo haya dos, añadir un tercer género será mucho menos traumático que perder el neutro, cinco declinaciones, cinco casos (o seis, depende de cómo se mire) y reformular prácticamente la mitad del sistema verbal. Todo eso le pasó al latín, que, podríamos decir, es lo que nosotros hablamos, pero con otro nombre.
Añadir un tercer género sería un cambio similar al que vivió el español entre los siglos XV-XVII, cuando su sistema fonético se vio sacudido por una serie de cambios que provocaron una reacción en cadena y alteraron todo el sistema.
Y el caso es que, cambie mucho o cambie poco la lengua, no pasa nada. Vamos a seguir hablando igual, y la norma cambiará como hace constantemente (a un ritmo mucho más lento que la lengua hablada, ciertamente), y ya está.
Otra crítica que se le hace es que no es un cambio natural. Primero tendríamos que entender qué es un cambio natural. Cuando una palabra se introduce en una lengua, los hablantes saben perfectamente que están usando voluntariamente una palabra extranjera. ¿Alguien hoy en día no sabe que en la frase "voy a hacer una call" la palabra "call" viene del inglés? Y se sigue usando voluntariamente. ¿Las palabras nuevas entran de forma natural? Cuando introducimos palabras estamos cambiando la lengua, aunque solo sea superficialmente.
De todas formas, y si este ejemplo ha sabido a poco, vayamos con cambios gramaticales totalmente voluntarios que hoy nos parecen de lo más normal. En el castellano medieval la forma superlativa de los adjetivos "-ísimo" no existía. Para hacer comparaciones de adjetivos se usaba siempre "más/menos/el más/el menos". Durante los ss. XV y XVI, con el humanismo y el Renacimiento, entre las clases cultas se puso de moda añadir -ísimo a los adjetivos, porque este sufijo era latino y quedaba bien. El caso es que las clases populares se reían de esta forma de hablar, y metían "-ísimos" en cualquier palabra para reírse de lo que hoy llamaríamos pijos. Y aquí está hoy día nuestro "-ísimo", fruto de una decisión y moda estética y estilística de una minoría y aceptado por todos con agrado. Y no ha pasado nada. Debo añadir que aunque se puso de moda, hay testimonios de -ísimo desde el siglo XII, aunque escasos, y que algunos lo asocian al lenguaje eclesiástico. Pero ese es otro tema.
Para acabar
La aceptación del cambio lingüístico es socialmente complicada. Solemos tener un rechazo a la novedad innato y, además, no nos gusta que nos cambien lo que ya tenemos establecido y damos por sentado.
El pronombre "elle", por ejemplo, no plantea ningún problema para la lengua, en la lengua cabe todo, la lengua lo acepta todo, somos nosotros, con el uso de las nuevas formas, los que provocamos la aceptabilidad o el rechazo. Saltarse la norma no importa. Constantemente escuchamos patadas a la norma, desde el telediario hasta las conversaciones con los compañeros de trabajo. Lo que causa rechazo es el trasfondo social que tiene detrás "elle". Es decir, no molesta "elle", molesta el cambio en la sociedad que implica.
Que conste que esto no es ninguna defensa del tercer género. Como lingüista, mi papel no debe ser juzgar como bueno o malo ningún fenómeno, simplemente estudiarlo, analizarlo y observarlo. Lo que es incuestionable desde una perspectiva histórica es que este cambio no tiene nada de especial ni novedoso, al menos, en tanto cambio. Los usos políticos y sociales voluntarios de la lengua son tantos que lo complicado es no encontrarlos en algún momento.
Como hablante, yo no suelo usarlo salvo en contadísimas ocasiones en que quiero hacer hincapié, de alguna manera, en la ausencia o indeterminación de género social (de nuevo pido disculpas por la ignorancia del tema) en mi discurso. Y no me ha pasado nada. Si quiero, lo uso, si no, no lo uso, porque nadie me obliga a ello y yo lo interpreto y uso a mi manera. Si llega el momento en que se hace de uso general, todas las interpretaciones y usos de la comunidad de hablantes se pondrán en común y pasará al estándar. Y, si no triunfa, quedará como otro cambio que no se impuso, como tantos otros. Por poner un ejemplo, durante un tiempo, en la Edad Media, se perdía la "-e" final: noch en vez de noche, val en vez de valle... pero no consiguió derrocar a la forma anterior, con la -e.
Cada uno puede criticar o apoyar, si así lo desea, este tercer género o cualquier otro aspecto del lenguaje inclusivo, pero, en realidad, dudo que haya algún argumento lingüístico (como adjetivo de la ciencia lingüística, no como relativo a la lengua) en ninguna de las partes. La lengua no hace más que reflejar la sociedad en la que se habla, y no al contrario.
Imágenes
Cabecera: editorial Maeva. Tiene truco, porque no es que sea un libro escrito con lenguaje inclusivo, es que está en catalán, y en esta lengua el plural femenino es "-es". Pero bueno, oye, da el pego.
1_ Fachada del edificio de la RAE, una institución que limpia, fija y da esplendor. Por si se dudaba. (Flickr)
2_ Estatua de Nebrija en la Biblioteca Nacional de España. Seguro que en algún momento sus sirvientes se rieron de él porque decía adjetivos que acababan en "ísimo". (Flickr)
Bibliografía
- Andrzej Zelinski Evolución semántico-sintáctica del sufijo superlativo -ísimo en castellano Universidad Jaguelónica de Cracovia, 2013
- Sobre la expresión del superlativo en español
- Chaofang Wang Las fórmulas superlativas en el español de los siglos XVIII y XIX Universidad Autónoma de Madrid, dirigida por Ana Serradilla Castaño, 2013
Se olvida de algunas críticas, una es que ya existen palabras que incluyen a todas las personas, ya pueden ser del género social que quieran como si son calvas o flacas, da igual, si dices los niños pues ya engloba a todas las personas en edades comprendidas entre bebés y jóvenes. El mayor rechazo es debido a que usen dinero público para crear problemas en vez de usarlo para sanidad o limpiar la maleza del bosque para que no arda tanto en verano.
ResponderEliminar