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jueves, 24 de febrero de 2022

El traductor, el lingüista y el filólogo


 

Creo que la imagen general de cualquier persona cuya especialidad sea la lengua, en cualquiera de sus especializaciones y sea como fuere su manera de abordarla, es la de una persona que tiene un impecable estilo de redacción, que no comete faltas de ortografía, que habla muchas lenguas y que tiene una dicción intachable. Este profesional de la lengua necesita, imperativamente, corregir todas las faltas a la norma que encuentra allá donde vaya e instruir a todos los que le rodean en el bien hablar.

Por suerte, me parece que este especimen es cada vez menos abundante. De hecho, veremos que algunos especialistas en la lengua o el lenguaje no pueden estar más alejados de los tópicos que la sociedad tiene sobre ellos.

Cuando estudié filología, un comentario generalizado entre las personas de generaciones mayores era: "uy, idiomas, con eso vas a donde quieras". Dejaremos la connotación laboral aparte, ya que todo el mundo sabe idiomas hoy en día (y no es difícil que los sepa mejor que yo, por cierto). Lo relevante para el tema de hoy es la otra afirmación patente: estudiar filología es estudiar idiomas. Y estudiar traducción e interpretación también. Entonces ¿qué diferencia hay entre una y otra? La carrera de lingüística, en aquellos tiempos, no era más que una especialización de segundo ciclo en muy contadas universidades. Por desgracia.

 


Intentaré explicar de forma rápida y sencilla cuáles son las diferencias entre un traductor, un filólogo y un lingüista, porque, sobre todo para un filólogo, la mayoría de la gente no tiene para nada clara la idea. 

Creo que para entender bien lo que hace cada uno hay que diferenciar entre saber una lengua, es decir, hablarla, y conocer una lengua, es decir, saber cosas sobre ella (gramática, historia, origen de su léxico, sintaxis...). Veréis que esta diferencia es muy importante.

Voy a poneros el plan de estudio de cada carrera en la Universidad de Salamanca, el excelentísimo centro donde me formé como filólogo (y no uso el término excelentísimo de forma irónica, es que es verdad: la facultad es una maravilla, tanto física como académicamente).

El filólogo

Aquí encontraréis el grado en Filología Románica en la Universidad de Salamanca. ¿Por qué Filología Románica, y no inglesa o hispánica? Pues porque es la que hice yo. Obvio.

Como veis, en la carrera de filología hay tres grandes tipos de asignaturas entre las que se mantiene un equilibrio: lingüística, literatura y clases para aprender idiomas. Así, un filólogo sabe de lenguas, es decir, conoce lenguas, y también las habla, aunque la carrera no está enfocada a tener un gran dominio de los idiomas (depende de la filología. En inglesa, por ejemplo, sí se hace más hincapié).

El concepto de filología ha cambiado a lo largo de la historia. Vamos a ver, primero, su acepción más clásica.

La filología podría definirse como el estudio de una cultura, un pueblo, una comunidad o grupo humano a través de sus textos. El significado es amplísimo. A diferencia de un historiador, que puede tomar como fuentes para su estudio vídeos o grabaciones, por ejemplo, si estudia el siglo XX, el filólogo se apoya solo y exclusivamente en textos. Podría darse el caso de que un filólogo escuchara un programa de radio de principios del siglo XX para estudiar algo de fonética, pero en este caso ya estaría ejerciendo más bien como lingüista (la división entre una rama y otra es, como suele ocurrir, difusa, a veces). 


 

En la filología, el estudio cultural y el estudio textual podrían entenderse, en determinada forma, como sinónimos, porque el texto en sí adquiere casi el mismo valor que la información que aporta. Es esta, por ejemplo, una gran diferencia con el historiador, para quien el aspecto formal o textual podría ser considerado como secundario. 

El filólogo se presenta ante el texto e intenta sacar su significado valorando siempre los aspectos culturales presentes en el lugar y momento de su escritura. Es, en parte, algo parecido a la hermenéutica. 

Esto relaciona la disciplina con la literatura, y es esta rama artística la que atrae a la mayoría de estudiantes de filología, aunque muchos, después de un par de años de carrera, se dan cuenta de que son "más de lengua". Los filólogos nos catalagamos así: o eres más de lengua o eres más de literatura. Y, sin que se entere nadie, nos llevamos mal entre nosotros. Y, que se entere menos gente, los profesores se llevan peor entre ellos que los alumnos.

El texto está codificado, obviamente, en una lengua. El filólogo debe, por tanto, conocer la lengua en que está escrito el texto para poder llevar a cabo su labor. Esto implica que si el texto está en inglés, el filólogo tendrá que saber inglés, o árabe, o griego, o latín, o chino. Pero si tú eres hispanoparlante y el texto está en español, podrás ser un maravilloso filólogo sin saber más idiomas que el que aprendiste en tu casa.

Esta necesidad de la lengua hizo también que el filólogo se convirtiera en un especialista en idiomas. De hecho, tradicionalmente han sido ellos los que nos han enseñado lenguas, tanto nativos como no nativos. Estudiaban gramática, léxico, semántica, fonética, fonología... Como también podéis ver en el plan de estudios de la Universidad de Salamanca.

Y, por ello, la filología, en su acepción más moderna, se relaciona con cualquier estudio del lenguaje y la lengua en general y de forma poco precisa. 

En resumidas cuentas, el filólogo es un estudioso de los textos y de las lenguas en que se escriben. Podemos dejarlo ahí.

El traductor

Aquí tenéis el plan de estudios de la carrera de Traducción e Interpretación de la Universidad de Salamanca.

La primera diferencia fundamental que encontramos con la carrera de filología es que aquí no hay literatura. Pero si os fijáis tampoco hay lingüística, solo una asignatura en toda la carrera que, además, atiende particularmente a la necesidad de la traducción. 

Un traductor, como podéis sospechar, es una persona que tiene un excelente dominio de uno o varios idiomas, es decir, habla lenguas, sabe lenguas, pero ni sabe sobre ellas ni las conoce de forma profunda. 

Siempre he escuchado (información no contrastada, pero que me parece igualmente útil para entender la diferencia) que la carrera de traducción nació para suplir la carencia que tenían los filólogos. Me parece muy comprensible y posible.

La carrera también menciona a los intérpretes, pobres, que nadie les hace caso. Yo tampoco se lo voy a hacer porque, de hecho, ni sé bien qué son. ¿A lo mejor son los que traducen oralmente mientras otros hablan? Si son ellos, merecen todo mi respeto. Son los Son Goku del dominio del idioma.  



El lingüista

Acabo de descubrir que la Universidad de Salamanca no tiene grado en lingüística, o al menos no lo he encontrado (en mi milenial búsqueda de 36 insatisfactorios segundos que me hace pasar a otra opción directamente). Si pones "grado lingüística" en Google la primera opción es la Complutense, así que vamos con el grado en Lingüística y Lenguas Aplicadas de la Universidad Complutense de Madrid.

Si prestamos atención a las asignaturas veremos las grandes diferencias con las otras dos carreras: mucha teoría (sintaxis, morfología, fonética...) y práctica (informática, programación, lenguaje natural, enseñanza de idiomas). Aquí están creando a un experto en la ciencia lingüística en la que hablé en mi primer artículo. Esto es, al fin, formación científica. 

Un lingüista no tiene por qué hablar ninguna lengua que no sea la suya. Le conviene hablar inglés porque la mayoría de artículos que se escriben sobre lingüística son en inglés, es cierto, pero es que a cualquier profesional, prácticamente, le viene bien saber inglés actualmente. 

Resumen

Resumiendo, podríamos decir que un traductor es una persona que habla muy bien idiomas, pero que no sabe nada sobre idiomas. Un filólogo es un experto en la interpretación de textos, sea una interpretación literaria o lingüística (la lingüística que estudia un filólogo, aunque no trata exclusivamente de ello, está muy enfocada a la historia de la lengua). Por último, un lingüista es un científico que estudia de manera experimental y empírica la lengua. 

Evidentemente me refiero a una persona que solo tenga conocimientos adquiridos mediante su formación. Podemos encontrar traductores con un gran interés en la lingüística. También podemos encontrar filólogos que no tengan ni idea de literatura (entono el mea culpa) y lingüistas superpolíglotas. El interés y la voluntad de cada individuo es, a veces, más importante que su formación. Aunque esta hace muchísimo. Por experiencia personal, que puede diferir de otras, cualquier profesional de los mencionados tiene amplias carencias en las competencias del otro. 

 

Imágenes

Imagen de cabecera: texto en latín inscrito en piedra en Pompeya. El latín lo vais a ver mucho por aquí porque es la mejor lengua que jamás se ha hablado. (Piqsels)

Imagen 1: dibujo en el que contemplamos la dramática lucha entre dos individuos que intentar exhalar más fuerte que su rival para vencer en un duelo mortal de halitosis. (Wikimedia Commons)

Imagen 2: Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, en la plaza de Anaya. Un lugar preciosísimo donde los hippies no te dejan dar clase debido al sonido de los bongos que tocan allí mientras se echan sus buenos petardos de los que no explotan. Eso sí, cuando sales, lo gozas. (Flickr)

Imagen 3: la foto se llama "manuscrito incunable", lo que es gracioso por ser enorme oxímoron. Un manuscrito está, como indica su nombre, escrito a mano. Un incunable es un libro salido de las primeras imprentas europeas durante el siglo XV hasta el día de Pascua de 1501 (en España creo que se le conoce más como Domingo de Resurrección). ¿Por qué ese día? Pues porque en aquellos tiempos era justo cuando se hacía empezar el año, al menos el año religioso, y la religión era una cosa muy importante. Todo este rollo para comentar que el que le puso nombre a la foto no sabía lo que era un manuscrito, o no sabía lo que era un incunable, o estaba fumando petardos de los que no explotan con los hippies de la plaza de Anaya. (Pixabay)


jueves, 17 de febrero de 2022

¿Qué es un lingüista? ¿Qué es la lingüística?

 

La ciencia

La lingüística es el estudio científico del lenguaje, y con solo esta afirmación ya entramos de lleno en la primera duda: ¿es, de verdad, la lingüística una ciencia? Normalmente asociamos la ciencia a batas, probetas de ensayo, partículas, átomos, matemáticas... y el estudio del lenguaje podría parecer, en principio, lejano a la idea que tenemos del conocimiento o la práctica científica. 

La definición de ciencia es complicada y arrastra un ya largo debate que no está exento de polémica. Voy a aportar un par de definiciones genéricas que resumen los aspectos más básicos. El debate sobre lo que es o no la ciencia es difícilmente abarcable para mí.

Corto y pego de la Wikipedia (vais a ver numerosas referencias a la Wikipedia, sé que muchos la denostan, pero a mí me parece una maravilla):

La ciencia (del latín scientĭa, 'conocimiento') es un sistema que organiza y ordena el conocimiento a través de preguntas comprobables y un método estructurado que estudia e interpreta los fenómenos naturales, sociales y artificiales. El conocimiento científico se obtiene mediante observación y experimentación en ámbitos específicos. Dicho conocimiento es organizado y clasificado sobre la base de principios explicativos, ya sean de forma teórica o práctica. A partir de estos se generan preguntas y razonamientos, se formulan hipótesis, se deducen principios y leyes científicas, y se construyen modelos científicos, teorías científicas y sistemas de conocimientos por medio de un método científico.

La RAE nos da la siguiente definición:

1. f. Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente.

Palabras como sistema, conocimiento, estructurado, razonamiento y experimentación se repiten en ambas definiciones. 

La lingüística es un sistema, es varios sistemas, de hecho. Es un conocimiento estructurado de la lengua y el lenguaje humanos. Se fundamenta en el razonamiento y la experimentación. Podemos concluir que la lingüística es, por lo tanto, una ciencia. 


 

El científico

La persona que realiza ciencia es el científico. El científico trabaja con datos, son la base sobre la que realizar hipótesis basadas en la experiencia y la observación. Con base en esos datos sacará conclusiones razonadas. Esto sirve para describir, analizar y explicar hechos, fenómenos y acontecimientos. 

Podemos poner el clásico ejemplo del lingüista que graba una conversación para sacar conclusiones sobre el habla local de cualquier lugar. Con una ingente cantidad de conversaciones grabadas, llega a su despacho, las escucha, las analiza, apunta los datos que considere necesarios, los contrasta y saca conclusiones. Sus conclusiones están basadas en la experiencia y la observación. 

Para el filósofo austríaco Karl Popper, la falsabilidad era una cualidad necesaria para que un conocimiento estructurado se llamara ciencia. Es la característica de poder demostrar que una hipótesis es falsa. Pues, si retomamos a nuestro dialectólogo y sus grabaciones, sus conclusiones tendrán validez científica, pero solo hasta que otro haga un estudio que demuestre lo contrario, o lo matice, o lo complete. La lingüística es, como toda ciencia, falsable. 

El científico, no obstante, es también una persona, con sus virtudes y sus defectos.

 

Lo que no es ciencia es opinión 


Imaginad dos fitólogos o, como se los conoce mejor, botánicos, discutiendo sobre la belleza de las plantas. Ambos pueden tener sus conceptos de belleza respectivos que pueden ser diferentes.
Hablar sobre la belleza de una u otra planta es solo una opinión, incluso viniendo de un experto en plantas. Puede que la discusión estética sea acalorada y que ambos argumenten excepcionalmente, pero la belleza no puede medirse de forma objetiva, mediante el análisis, la recopilación de datos y la experiencia. Estos dos profesionales, sin embargo, estarán de acuerdo sobre los procesos de fotosíntesis. Si no lo están, utilizarán posiciones basadas en la observación y los resultados, y no en el gusto.
 
Asimismo, un zoólogo podrá decir que la naturaleza es salvaje porque los leones se pelean hasta la muerte. Otro dirá que es solo cuestión de supervivencia. Sus juicios de valor son diferentes, pero su estudio de los hechos, basados en un análisis empírico, serán los mismos. Nuevamente, si no lo son, se argumentará con razones científicas.

Hablemos ahora de un topógrafo. Este ejemplo es un clásico para los lingüistas y siempre lo usamos: va con su mapa caminando por el bosque y, de repente, encuentra un río que no aparece reflejado. Si dijera "este río no existe" todos pensaríamos que está equivocado, puesto que el río es en sí mismo la evidencia de su existencia. Lo que está mal es el mapa, que no ha recogido con exactitud la abundancia de elementos geográficos de ese entorno.

Es importante diferenciar entre lo que es lingüístico como adjetivo y la lingüística, como sustantivo. Decir "esta palabra no existe" es lingüístico, porque hace referencia a la lengua, sustantivo del que procede el adjetivo. Este uso es el mayoritario y el que todos los hablantes hacen. Podríamos llamarlo popular o coloquial. Esa frase, sin embargo, no es lingüística, porque su cientificidad es más que cuestionable. Recordad el mapa y el río. El simple uso de una palabra evidencia su existencia, aunque no salga en un diccionario.

Un lingüista, cuando ejerce como tal, desde mi punto de vista, debe tener un actitud científica. Los juicios de valor tales como vulgar o incorrecto no responden a realidades amparadas por un método de observación, sino a concepciones sociales de la lengua. 

No quiero decir con esto que no haya que opinar sobre la lengua, esta pertenece a absolutamente todos los hablantes y cada uno de nosotros es libre de usarla y pensarla como quiera, emitir sus juicios de valor y considerar correcto o incorrecto lo que le plazca según su propia lógica. Pero el lingüista puede (si quiere) aspirar a más.

En esta entrevista, el profesor Jairo García Sánchez, de la Universidad de Alcalá de Henares, especialista en toponimia, responde con una frase que resume todo lo que intento decir con una claridad excepcional:

P: ¿Qué opinión le merece el cambio de topónimos realizado en los últimos años en numerosos lugares de España?

R: Soy un observador de la realidad y analizo por qué se producen estos cambios, pero no es mi intención valorarlos.

Así, un lingüista puede opinar sobre lenguaje inclusivo, sobre decir "me se ha caído", sobre leísmo y laísmo o sobre ceceo, es perfectamente legítimo y, a mi juicio, no tiene nada de malo, pero son actitudes lingüísticas que no son ciencia lingüística.Yo mismo reconozco que el latín me prece la mejor lengua que jamás ha existido (y la duda ofende, por favor), pero esto, obviamente, es una simple opinión.

Así como un biólogo no tiene autoridad sobre la belleza de las plantas o la bondad de un león, un lingüista no tiene autoridad sobre la idoneidad del lenguaje inclusivo o los demás temas anteriores. Esto depende de consideraciones sociales en las que, pese a que unos opinen con más fundamento o lógica que otros (y para esto no hace falta ser lingüista porque el cambio se puede mirar desde muchas disciplinas muy distintas), no dejan de ser opiniones. La adecuación de decir "la dije", "me se ha caído" o "todes" recae en el conjunto de la sociedad, especialistas (con sus opiniones basadas es preferencias personales que no son cuantitativas ni objetivables) y no especialistas.

Frente al cambio lingüístico, ya sea el surgimiento de un nuevo género gramatical, el avance del laísmo o el uso de nuevos giros por las generaciones jóvenes, la única actitud científica posible es la observación, el análisis, la recogida de datos y la explicación. Nunca la valoración. Esta puede aportar una gran riqueza al debate, pero no es ciencia.

 

 

Primera imagen: Alegoría de la ciencia, atribuido a Sebastiano Conca. (Wikipedia)

Segunda imagen: pues un cartel en el que pone debate. Poco más. (Picpedia)

 

¿Qué es este blog?

El sabir fue un pidgin que se usó en todo el Mediterráneo desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. Aunque, dependiendo de la época y la zona, tuvo más o menos influencia de lenguas no latinas, como el griego o el árabe, su base fueron siempre las lenguas romances, sobre todo el italiano.

Después de que el latín se dividiera en un gran número de lenguas, más de las que quedan hoy, algunas de ellas confluyeron nuevamente hacia la unidad gracias a la necesidad que tuvieron los comerciantes y navagantes del Mare Nostrum para entenderse.

Este blog pretende ser un sabir, un lugar donde confluyan preguntas e inquietudes sociales y populares sobre la lengua para intentar darles una respuesta científica, esto es, lingüística.

La palabra lingüística puede ser un adjetivo que hace referencia a cualquier cuestión idiomática o sobre las lenguas o, también, un sustantivo que denomina una ciencia. Es esta segunda acepción la que estará vigente en este blog.

Me llamo Bernardo Ríos, soy filólogo, estudié la carrera de Filología Románica en Salamanca y un máster de Español como Segunda Lengua en la Universidad Complutense de Madrid. Las lenguas y la lingüística son mi gran pasión desde la adolescencia, y espero poder transmitir mi vocación y mi amor por ellas en los temas que trataré.